![]()
En la Strada Nuova se ha formado una pequeña cola. Los paveses esperan con paciencia su turno para comprar la mítica Torta Paradiso de Vigoni, el pastel que se vende aquí desde finales del siglo XIX.
“Deme cuatro de un kilo, los hijos vuelven por Navidad”, dice un anciano al que todos llaman “el abogado”.
En los escaparates de las tiendas junto a la pastelería se exhiben fotografías con caballeros, arcabuceros, piqueros armados y soldados de infantería con trajes de época. “La batalla de Pavía ha vuelto a Pavía…”, sonríe Marco Galandra, historiador que ha dedicado una vida entera a estudiar cada minuto de aquella jornada que cambió el destino de Occidente.
La frase suena a broma, pero encierra una verdad incómoda. Uno de los enfrentamientos armados más importantes de la historia moderna, ocurrido a pocos kilómetros de esta pastelería, es hoy quizás más conocido en el extranjero —especialmente en España y Francia— que en esta elegante ciudad situada a unos 35 kilómetros de Milán: Pavía, antigua capital del reino lombardo entre los siglos VI y VIII, donde hoy reposan los restos de san Agustín.
“Solo ha quedado la sopa”, bromea un grupo de estudiantes frente a la universidad, fundado en 1361, aludiendo al plato caliente que, según la tradición, una campesina ofreció al rey francés Francisco I, hecho prisionero en estas tierras tras la batalla. Como tantas veces en Italia, la gastronomía ha acabado imponiéndose a la memoria histórica.
Es una tendencia secular que las celebraciones del Quinto Centenario de la batalla, que se clausuran hoy, han tratado de corregir. La recreación histórica que aparece en los escaparates se experimentó realmente el pasado 24 de febrero, en los campos cercanos al castillo de Mirabello, el único vestigio físico directamente ligado a la batalla, el mismo día en que, hace quinientos años, las tropas de Carlos V derrotaron en pocas horas al ejército francés y capturaron a su rey, que semanas después sería conducido prisionero a Madrid.
La memoria de aquella jornada —y del largo seminario francés previo a la ciudad— ha vuelto al centro del relato gracias a recreaciones, congresos e iniciativas culturales. No resulta difícil actualizar un conflicto que alteró el equilibrio europeo, tanto en el plano político —el inicio de la hegemonía española— como en el militar. “Fue un cambio de juego, un momento comparable a los de hoy”, señaló Marta Dassù, directora editorial del Aspen Institute, al inaugurar en octubre, en el castillo Visconteo, la conferencia dedicada a la defensa europea.
En la misma fortaleza han llegado por primera vez a Pavía los siete tapices de la batalla, que narran con una riqueza de detalles poco habituales los momentos más dramáticos del combate. Nunca antes habían estado aquí y permanecerían expuestos hasta el 24 de febrero. Su historia es fascinante y es, en sí misma, hija de aquellos años convulsos. Tejidos en Bruselas pocos años después de los hechos, fueron entregados en 1531 a Carlos V, que no había estado en Pavía, pero sí en la capital de los Países Bajos para los Estados Generales del Imperio, un año después de ser coronado en Bolonia. “Son un instrumento de propaganda excepcional”, explica Galandra. “Más allá de las imprecisiones topográficas o de las arquitecturas recreadas a la manera flamenca, los episodios de la batalla están reproducidos con gran fidelidad”.
No sabemos cómo reaccionó el emperador ante el regalo. Lo cierto es que la paz firmada con Francia, mediante el Tratado de Madrid, que devolvió la libertad a Francisco I, convirtió estos tapices —una crónica visual de la humillación francesa— en un objeto políticamente incómodo. Por eso pasó a manos de Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto, gobernador de Milán y primo de Fernando Francesco d'Ávalos, principal artífice militar de la victoria de Pavía, quedando así alejados de una exhibición pública que ya resultaba embarazosa. Durante siglos permanecieron en la colección de la familia, de origen español, antes de ser donados al Estado italiano a finales del siglo XIX y conservados hoy en el museo de Capodimonte, en Nápoles.
Los tapices diluyen la autoría de la captura del rey de Francia: no hay héroes individuales, sino un ejército vencedor. Y, sin embargo, las crónicas coinciden en que fueron tres soldados españoles —Alonso Pita da Veiga, Juan de Urbieta y Diego Dávila— quienes forzaron la rendición de Francisco I. También por eso la memoria de Pavía sigue viva en España: el Ejército de Tierra mantiene aún hoy el Regimiento Acorazado “Pavía” nº 4, heredero directo de la victoria de 1525. Lo confirma también la exposición en curso en el Museo del Ejército de Toledo, La forja del ejército español y su primacía en Europa, dedicada a la revolución militar que introdujo el concepto moderno de la infantería.
En la primera sala de la exposición lombarda, Francisco I, con su barba de inesperado precursor hipster, y el poco agraciado Carlos V aparecen frente a frente, discutiendo. Cada uno defiende su parte de verdad histórica. En algo, sin embargo, coinciden: la batalla merece ser recordada en sus propios escenarios.




