Incluso en las comunidades políticas más pequeñas se puede apreciar cómo el desacuerdo y el consenso son elementos indispensables de la democracia. La capacidad de convencer sobre ideas y proyectos que mejor benefician a la sociedad es la herramienta principal para posicionarse en el debate político de una democracia saludable. Dicho esto, la ausencia de espectros ideológicos claros dentro de la arena democrática reduce la claridad de opciones para la ciudadanía, pues son las ideologías las que ayudan a comprender qué propone cada partido, cuáles son sus valores, prioridades e intenciones. Fracasar en este punto no es más que politiquería y manipulación del electorado.
Las democracias son diversas; incluso dentro de sociedades aparentemente homogéneas se pueden identificar divisiones ideológicas que fortalecen la representatividad del mayor número posible de sectores. Esto ocurre porque en una democracia conviven ciudadanos con distintas necesidades, creencias y visiones de su entorno y del mundo. Es allí donde las ideologías políticas cumplen un rol central, al servir como base para decisiones coherentes. De lo contrario, se produce un conjunto amorfo que no logra accionar: partidos incapaces de gobernar, predispuestos a improvisar y presentar agendas contradictorias.
La arena política de la República de Panamá parece hoy dominada por vehículos electorales, y no por proyectos de país. Un primer ejercicio para comprobarlo es analizar las alianzas políticas que se forman tanto en las fórmulas presidenciales como en las coaliciones dentro de la Asamblea Nacional. En ambos casos se observan uniones que buscan principalmente sumar electores para alcanzar el poder, sin considerar la incompatibilidad ideológica de dichas alianzas, lo que las vuelve contraproducentes e ineficientes para generar un debate real sobre cómo resolver los problemas nacionales.
Dentro de estas alianzas incompatibles, la democracia se debilita, pues se imposibilita la comparación de ideas y propuestas. A esto se suma que los partidos y movimientos sin ideologías claras dificultan la rendición de cuentas. Cuando una organización política posee una ideología definida y una agenda concreta, la ciudadanía puede evaluar si cumple con sus promesas y exige responsabilidades. Sin embargo, la coexistencia de múltiples ideologías contradictorias dentro de una sola estructura incrementa el riesgo de que se imponga una sola visión, creando el espacio propicio para el surgimiento de liderazgos populistas y, en el peor de los casos, autoritarios.
La pluralidad política no debe confundirse con incoherencia ni con simple aglutinamiento. Por el contrario, los partidos bien estructurados contribuyen a darle identidad a la política panameña. ¿Qué ocurrió entonces con las ideas coherentes? Uno de los mayores deterioros de nuestra democracia es la constante migración de dirigentes entre partidos, así como la ausencia de consecuencias políticas frente al desgaste de la confianza ciudadana que generan estas prácticas clientelistas. Todo ello evidencia que el objetivo es ganar elecciones, no gobernar.
A ello se suma la creación de partidos alrededor de figuras populares, en lugar de principios y propuestas claras. Esto conduce a un ciclo de promesas vagas y discursos genéricos, como el reiterado anticorrupción sin contenido. La democracia no está en riesgo cuando triunfan opciones distintas a nuestras preferencias, siempre que la representación se construye sobre ideologías y propuestas sólidas, y no sobre clientelismo, oportunismo o demagogia.
A tres años de las próximas elecciones, resulta necesario analizar la percepción social del sistema de partidos para enfrentar la ausencia de ideología política, ya sea fortaleciendo la democracia interna, promoviendo educación cívica o ejerciendo presión ciudadana.
Nuestra nueva tradición política debe enfocarse en recuperar la dignidad de la política y reflexionar sobre el futuro que queremos para la democracia panameña. Especialmente, para construir instituciones que planifiquen a largo plazo y no se conviertan en cuarteles de favores, persecución de adversarios o protección de aliados. Porque si algo resulta evidente es que la meritocracia y la eficiencia se alejan cada vez más de la cosa pública, profundizando la desconexión entre políticos y ciudadanía.
El autor es internacionalista.





