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«Toda obra literaria es autobiográfica»

by Team
diciembre 27, 2025
in Cultura
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«Toda obra literaria es autobiográfica»


Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) tiene setenta y siete años y el cuerpo gastado y la voz escasa, pero le queda la juventud de la literatura: en los libros no envejece. Él dice que escribe grabando, pero que escribe para olvidar. Es en … las novelas donde resuelve esos conflictos que no puede solucionar en una sobremesa, y se los pasa al lector, que reconoce en sus conflictos los conflictos de esta especie. «Toda obra literaria es autobiográfica», insiste. Acaba de publicar 'Ese montón de espejos rotos' (Tusquets), un libro que ha firmado ya como flamante premio Cervantes.

—Le ha robado el título de sus memorias a Borges: «Somos nuestra memoria, / somos ese quimérico museo de formas inconstantes, / ese montón de espejos rotos».

—En 1955, cuando lo nombraron director de la Biblioteca Nacional de Argentina, Borges terminó de perder la vista y cayó en la ceguera. Yo me quedé sin voz siendo director de la Academia Mexicana de la Lengua: es una paradoja equivalente (y ríe). Él tiene otro poema maravilloso que dice: «Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche».

—¿Se considera un escritor de la memoria?

—Pues sí, la verdad: es en el pasado donde he podido encontrar los rasgos de identidad que me definen en el presente y que me proyectan al futuro. He hablado mucho de mi familia en mis tres novelas más recientes ('Tres lindas cubanas', 'El metal y la escoria' y 'Los apóstatas'), pero la novela misma los ha transfigurado de manera bastante significativa. Lo que me interesa son los grandes acontecimientos sociales que estos personajes pueden representar: la Revolución Mexicana, la Revolución Cubana y la Revolución Sandinista de Nicaragua.

—Si la escritura deforma los recuerdos, ¿escribir es una forma de conocerse o de desconocerse?

—Yo no creo que haya una diferencia tan tajante entre la ficción y la memoria. Ahora se utiliza mucho el término de autoficción para referirse a estas novelas que tienen un carácter autobiográfico, pero de alguna forma disfrazado de ficción. Pero yo creo que en rigor toda obra literaria es autobiográfica: siempre proyectamos nuestro propio ser. Y por otra parte, toda la literatura, por más realista que pretende ser, acaba por ser ficcional porque utiliza (tose y toserá más veces: secuelas de un cáncer), porque utiliza un mecanismo que es el lenguaje. Y el lenguaje no es la realidad, el lenguaje es una representación de la realidad, un simulacro de la realidad. Todo aquello que pasa por el tamiz del lenguaje se distorsiona.

—Sostiene que la literatura hispanoamericana es especialmente pudorosa.

—Creo que ese pudor es mucho más acentuado en Hispanoamérica y particularmente en México que en España. En México incluso la poesía lírica es pudorosa, muy contenida, muy reservada. Y esto ocurre también en las novelas. Hay una especie de contención para no decirlo todo. Por ejemplo: si un presidente de los Estados Unidos escribe sus memorias, puede empezar a hablar de cómo se llamaba la perrita de sus hijas y cómo preparaba los hotcakes los domingos en la mañana; eso no lo haría ningún expresidente mexicano para referirse a su gestión pública. No sé por qué, pero ocurre.

— ¿Y usted es pudoroso?

—Me ha costado mucho trabajo desnudarme en mi escritura, porque bueno, uno no quiere salir en pelotas a la calle (y ríe de nuevo). A mí me pasa algo paradójico: yo me visto con mi desnudez. La desnudez de la escritura ha terminado por ser mi indumentaria.

«Borges se quedó ciego siendo director de la Biblioteca Nacional de Argentina; yo me quedé sin voz siendo director de la Academia Mexicana de la Lengua»

—Una de las críticas que se le hacen a la autoficción, todavía, es que es literatura menor. Están las novelas y las novelitas que hablan del yo.

—Eso parece. Pero si seguiríamos por ahí acabaríamos por considerar menor la obra de Proust o la obra de Giacomo Casanova o la obra de Bertrand Russell o la de Benjamin Franklin. No hay en la historia de la literatura occidental alguien más memorialista y más confesional que Marcel Proust, y es uno de los más grandes.

—Le cito: «Soy más joven que lo que mi padre fue en la etapa final de su existencia». ¿Qué le mantiene joven a usted?

—Lo que me mantuvo joven durante por lo menos cincuenta años no fue mi ejercicio físico, sino mi ejercicio docente en la Universidad Nacional (Autónoma de México). He dedicado prácticamente toda mi vida adulta a la enseñanza, y me he nutrido de la juventud de mis alumnos. Es una especie de vampirismo que ejercitamos los profesores, nos rejuvenecemos, nos mantiene vivos. Además: no creo que haya realmente un buen profesor que no aprenda de sus alumnos. Por lo menos esa fue mi experiencia de tantos años, porque yo tenía además una condición muy privilegiada en la universidad.

—Dirigía una cátedra dedicada al exilio español republicano.

—Para mí es muy importante porque muchos de los maestros que me formaron procedieron del exilio español. Siempre digo que mi maestro fue el exilio español… Pero en esa cátedra tenía yo una libertad omnímoda, absoluta: cada semestre organizaba mi curso en función de lo que quería leer o releer en ese semestre. Era maravillosa. Otra cosa que me mantiene joven es la escritura, que nunca he abandonado.

—¿Con qué está ahora?

—Tengo un proyecto muy claro, que es escribir un discurso para recibir el Cervantes (ríe). Pero no conviene adelantar detalles.

—¿Ya no da ninguna clase?

—No, ya no puedo, por las condiciones lamentables de mi voz. Podría dar clases de manera telemática, pero la verdad es que me aburro (carraspea y dice: ay, perdón, ya se me está acabando la voz). Pero ya me aburrí de no tener una relación directa y presencial con mis alumnos, de no saber si se estremecían cuando yo leía un poema o les resultaba indiferente. Me acabo de jubilar.

—Pero sigue siendo director de la Academia Mexicana de la Lengua. ¿Cómo ve las relaciones entre España y México?

—La relación intelectual y cultural es verdaderamente muy estrecha. Hay algunos escollos de carácter político que me parecen infundados o poco pertinentes.

—Se refiere a la polémica con el perdón por la conquista, entiendo.

—Sí, sí, eso me parece… Mejor no lo califico. De eso tendré que ocuparme en mi discurso. Somos un país eminentemente mestizo: no reconocer nuestra hispanidad es como eh un suicidio a la mitad, es algo que no puedo concebir. En México somos partícipes de la tradición occidental y la tradición judeocristiana, hablamos en una lengua española… No veo la pertinencia de esta especie de lejanía que quieren instaurar. No lo acabo de entender bien. México es el país que tiene el mayor número de hablantes de lengua española. Uno de cada cuatro hablantes de español es mexicano, sin contar a los hispanohablantes de origen mexicano que viven en Estados Unidos. La RAE, sobre todo en el siglo XXI, se ha empeñado en llevar a cabo obras panhispánicas de gran valía, de gran importancia, de gran trascendencia. Es uno de los muchísimos ejemplos de colaboración y de confluencia entre estas dos culturas.

—A estas alturas de su vida, ¿relee más que lee?

—La docencia me obligaba a la relectura, que es algo que me gusta mucho realmente: al volver a los mismos escritores, a fuerza de leerlos, uno los hace suyos. Si yo leo a Sor Juana reiteradamente, esa voz de Sor Juana no es que deje de ser suya, pero empieza a ser mía, y empiezo a decir esos sonetos de amor y discreción como si yo los hubiera escrito (ríe de nuevo). Eso es una maravilla, es un mimetismo extraordinario. Pero no es incompatible la relectura con la lectura. Yo también estoy permanentemente leyendo. No todos los lectores escriben, pero todos los escritores leen. Yo dedico todas las mañanas a escribir y todas las tardes a leer: esa es mi vida, la de cumplir mínimamente con la condición alfabetizada de mi persona.

—En 'Ese montón de espejos rotos' cuenta que en la pandemia descubrió que sí tenía miedo a morir. Y sobre todo miedo a morir ahogado, asfixiado. ¿Ese miedo permanece?

—Bueno, no, porque ya me vacuné (y suelta una risotada). Aunque tuve un COVID muy fuerte, precisamente en Madrid, que me llevó al hospital. Estuve bueno con el bicho metido en mi organismo durante treinta y seis días. Salí muy debilitado, con todas estas enfermedades postcovid que todavía no están bien analizadas, pero en fin, bueno, la edad pasa factura.

«No reconocer la hispanidad de México es como un suicidio a la mitad»

—Fue el undécimo de doce hermanos. ¿Hasta qué punto le marca eso a uno?

—Al ser el undécimo hijo la verdad es que no tenía ninguna personalidad propia. Era muy difícil sobresalir. Yo todo lo heredaba: heredaba la ropa de mis hermanos, los libros de mis hermanos. Mi padre era anciano cuando nací… Por fortuna, tuve un hermano mayor que me eligió un poco como su hijo putativo: me llevaba veintidós años, que son curiosamente los mismos que le llevo yo a mi hijo primogénito. Era un hombre muy culto, un gran arquitecto, un gran estudioso del arte y de la arquitectura virreinal. Y tenía una magnífica biblioteca en su habitación, que yo admiraba con verdadera fruición. Él me hizo memorizar algunas palabras muy cultas, muy sofisticadas, para impresionar a sus novias. Cuando él me preguntó: ¿cuánto me cuánto me quieres, Gonzalo? Y yo entonces repetía lo que él me había enseñado. Decía: te quiero hasta la última estrella de la Vía Láctea, te quiero hasta el último confín del universo, te quiero hasta donde Jasón encontró el vellocino de oro en el Ponto Euxino. Y yo obviamente no sabía qué era confín ni quién era Jasón ni nada de eso, pero el repetir esas palabras me causaba mucha admiración. Tenía cinco o seis años. Entonces me di cuenta de que la palabra me granjeaba admiración, cariño y, sobre todo, singularidad.

—Su identidad fue la literatura, entonces.

—Y en la palabra. Mi vocación ha sido la palabra, sí, toda la vida.

—Ahora el que tiene una biblioteca admirable es usted. Nadie sabe cuántos libros tiene.

—Los tengo perfectamente contados, pero nunca lo digo: prefiero guardar eso en secreto, porque la gente por lo general no sabe qué significa un número de libros.

Tags: autobiográficaliterariaobratoda
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