Apenas quedan resquicios de la «feria furiosa y auténtica» que recorría ciudades y pueblos en el siglo XX. Así las describen el titiritero Pepe Luna, que recuerda con viveza las tómbolas, los coches de choque y el tiovivo al que se montaba con ilusión. … infantil. La misma que conserva todavía hoy, con décadas de viaje a sus espaldas, al hablar de su Teatro de Autómatas, nacido, precisamente, del arrojo de las manos de un feriante.
En MataderoLuna y Paz González dan los últimos retoques a la iluminación, la escenografía y la mecánica de su barraca que, aunque hace décadas fue ambulante, hoy permanece establecida en Madrid. Creado en el año 1947 por Antonio Plá, este teatro es el único en todo el mundo que permanece con vida. Otros autómatas gozan de su letargo desperdigados entre museos y coleccionistas.
Al son de una banda cubana, las figuras gesticulan con aires de comedia. Una mujer, 'La solterona' trata de matar a escobazos a un ratón, mientras que, en el revés, el mago Merlín hace desaparecer a una vedette. Son doce escenarios con un total de 35 «máquinas de batalla» los que llevan décadas acompañando a Luna y Paz en su travesía. Gonzalo Cañas Fue la mente que los embarcó en ella. Titiritero, actor y director de teatro, se enamoró de aquel elenco cuando su espectáculo todavía se llamaba 'Hollywood'. «Fue amor a primera vista», cuentan quienes les conocen. Para entonces, pertenecían a otro feriante, José María Simón, al que insistió durante años para tratar de comprar.
Lo conseguí largo tiempo después. Sacó de la feria a los ingenios mecánicos y les dio el espacio que su formación teatral le dictaba como correcto, convirtiéndolos en actores que recorrieron festivales de teatro por toda Europa, encantando con su misticismo a aquellos que se adentraban en la barraca. Rodaron caminos hasta llegar a destinos como Polonia, Dinamarca, Alemania o Budapest. «Les gustaban muchísimo», cuenta Paz. Tanto ella como Luna acompañaron a Cañas en estos viajes. A la primera la conoció entre bambalinas y con el segundo le unió el oficio, el titiriterismo. «Cuando nos lo explicamos no lo entendíamos, hasta que lo vimos. No lo entiendes hasta que los ves», confiesa Paz.
Cañas se despidió de sus personajes y del mundo en el año 2012, dejando su legado como herencia al Ayuntamiento de Madrid y bajo el cuidado de sus dos amigos, que han recorrido un largo camino hasta sacar del olvido a esta pequeña farándula de palancas, balancines y muelles. Gracias a cuatro días de trabajo de montaje, los madrileños pueden verlo en funcionamiento tal y como se vería en la época en la que se creó. Con cada movimiento del camión, han de revisar los cables para evitar los continuos desajustes que provoca la marcha sobre ruedas. «Es un trabajo muy especializado, no todo el mundo sabe de autómatas y, sobre todo, cuál es el proceso para desvestirlos y vestirlos sin dañarlos. Son piezas de museo», cuenta Luna. Ellos aprendieron una base de práctica y ahora buscan a quien formar para que continuar con su legado. Aun así, seguirán en el oficio «hasta que el cuerpo aguante».
«Cuando nos lo explicamos no lo entendíamos, hasta que lo vimos. No lo entiendes hasta que los ves», cuenta Paz González
Tras su compra por parte de Cañas, «se empieza un proceso de restauración y reparación». Él quería ofrecer un espectáculo como los que vivían en el teatro, trasladar la escena a aquellos seres tan inertes como móviles. Es entonces cuando el poeta Juan Carlos Mestre, galardonado con el Premio Nacional de Poesía en 2009da vida a la entrada a través de sus pinturas. Poeta y titiritero entrelazan sus artes para regalar al público la fantasía que ellos vieron en su proyecto, y la portada del teatro se llena de colores, rostros, sueño y frenesí. Además, sobre las escenas, cuartetas cómicas que ambos escribieron amenizan el paseo con literatura. «La madama del sofá sueña amores sin decoro, olvidando que es mamá, ¡libertina!, grita el loro», reza una de ellas, titulada 'La romántica'. Un poco más arriba, se observan dioramas tridimensionales que pintó el artista Luis Pita y que representan monumentos de diversas ciudades españolas.
Pepe Luna y Paz González no solo conocen la perfección la anatomía de las figuras sino el entramado interno de la máquina, que por decisión de Cañas se dejó al descubierto. Se conserva el mismo mecanismo Desde el comienzo, accionado por un motor eléctrico, y si algún elemento se rompe y no es posible sustituirlo por ninguno actual, solo queda fabricarlo. «La transmisión es un eje central, se transmite todo a través de correas de cuero», explica. Hace años que la Universidad Politécnica realizó un estudio para comprobar si el sistema podía modernizarse, pero se decidió conservar la máquina original para no desvirtuar el trabajo de los artesanos.
Un legado heredado al ayuntamiento.
La herencia de la barraca de Gonzalo Cañas al Ayuntamiento de Madrid se aprobó en el año 2014, dos años después de su fallecimiento. El teatro estuvo parado hasta 2018, cuando se comenzaron trabajos de restauración y puesta a punto por parte de un equipo técnico de bellas artes, que se encargó de la limpieza de los autómatas, y una empresa que se encargó de la parte técnica. Ese año, bajo la alcaldía de Manuela Carmena, se expuso en Conde Duque.
Tras esa exhibición, volvió a detenerse su actividad hasta el año 2022. Hasta entonces, permaneció guardado en una dársena del Circo Price, donde un equipo de cultura del ayuntamiento lo encontró y decidió ponerlo en marcha en fechas señaladas, como San Isidro o Navidad. «Queremos que esta Navidad en Madrid sea una oportunidad para sorprenderse y dejarse llevar por la imaginación. El Teatro de Autómatas invita a detenerse, mirar con asombro y compartir una experiencia única, pensada para todos los públicos y muy especialmente para disfrutarla en familia», declara Marta Rivera de la Cruz, delegada del Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid.
Pepe Luna arreglando el funcionamiento del mecanismo
Luna y Paz no cesaron en su empeño, durante los años en los que no estaba en funcionamiento, para volver a recuperarlo. «Hicimos campañas, hablamos con todos los profesionales del teatro, de las marionetas. No hemos parado nunca, hemos seguido insistiendo», cuentan. El siguiente paso, aseguran, es «buscar un espacio estable, un equipo humano que lo siga llevando». Les han asegurado que, cuando se encuentre ese lugar adecuado, se creará un equipo que sea su relevo generacional.
Afirman estar satisfechos con que ahora el teatro pertenezca a los madrileños. «Es un teatro popular y ahora pertenece al pueblo, a la propiedad de los madrileños, y hay que protegerlo, mimarlo, cuidarlo y exhibirlo en las condiciones adecuadas», asegura Pepe. En los años que llevan mostrando su magia a la capital, cuentan que son muchos los ancianos que recuerdan haberlo visto en ferias de su juventud. «Lo ven cambiado, pero lo reconocen. Luego tenemos fans que vienen todos los años», cuenta Paz con una sonrisa.
Durante años, Pepe y Paz insistieron para poder recuperar el Teatro de Autómatas
Si profesan cariño a su público, todavía más a sus figuras. Para ellos, toda escena es especial y cuidada por igual. «Se enfadan conmigo si digo que tengo un preferido», dice Luna con cierta sorna. «Son todos nuestros niños», apunta Paz. Piden a todo aquel que dé una oportunidad a su mundo que camina por él mecido por el compás de épocas pasadas y con la pausa de un actor que pisa un escenario nuevo, de un poeta que teje verso con pluma o de un titiritero que trata de no asustar a un pequeño.
