El año que termina ha sido también el de un cierre de ciclo electoral y político para los partidos de oposición. Importaba en efecto ver la foto final de los resultados departamentales y municipales, y también el proyecto general del gobierno plasmado en la ley de presupuesto quinquenal.
Se abrirá ahora un tiempo nuevo que exigirá de los partidos que conformen la oposición protagonismo y decisiones concretas. Por un lado, importará que asuman cierto protagonismo: debe quedar claro en este 2026 quiénes son y hasta dónde están dispuestos los actores de oposición a ejercer ese papel tan relevante. Es claro que hay un lugar de contralor del Ejecutivo que funciona en el Parlamento. Pero, en este sentido, ¿definirán blancos y colorados, por ejemplo, una agenda de apoyo radical a los cambios que se precisan llevar adelante en la administración y lo legislativo para lograr al final de 2026 que la adhesión al acuerdo Transpacífico (CPTPP por sus siglas en inglés) se transforme en una realidad que potencie nuestro desarrollo y nuestra prosperidad nacional?
Por otro lado, están las decisiones políticas que deberán concretarse. No será este año tiempo de candidaturas. Pero sí de definiciones estratégicas fundamentales como, por ejemplo: ¿concurrirán blancos y colorados en un lema conjunto a las elecciones en todos los departamentos en 2030? Si es el caso, este es el año en que eso debe empezar a quedar claro, porque se precisarán definiciones en todos los departamentos con involucramientos reales de todos los principales dirigentes de ambos partidos. Si se deja todo esto para el final ya las apuradas, es garantía de que saldrá mal.
Otra definición estratégica fundamental parece haber ido avanzando lentamente. Se trata, claro está, de la consolidación de la coordinación política que involucra a todos los partidos de la Coalición Republicana (CR) y que se ha anunciado hace algunos días. Es evidente que ella debe tomar cuerpo en este 2026, ya que se precisa definir una rutina de reuniones, una pedagogía de involucramiento de las autoridades de los distintos partidos y una relación entre los partidos de la CR que profundicen todas las dimensiones de cooperación que se abren a partir de esta estrategia de acumulación electoral. De nuevo, como para el caso de las intendencias, todo esto debe ser implementado y afianzado pronto, ya que de otra forma se hará todo mucho más cuesta arriba para que salga bien.
Pensar que los zapallos se irán acomodando en el carro, como dice el dicho, y que por tanto hay que dejar que naturalmente las cosas se ordenen en función de liderazgos marcados, como es por ejemplo el de Lacalle Pou, y suponer que de esta forma todo madurará bien, es de una enorme ingenuidad. Ciertamente, se podrá decir que las debilidades que irá mostrando el gobierno dejarán en claro la necesidad de buscar una alternancia y que, obviamente, ella está conformada por los partidos de la CR.
Pero con los errores del gobierno no bastará para convencer a la ciudadanía de la necesidad de un cambio en 2029. Está asomando en la región un discurso crítico contra toda la democracia, de liderazgos que se afirman en disconformidades sociales y económicas y que definitivamente dañan nuestra forma de convivencia. Fue la candidatura presidencial de Parisi, por ejemplo, en la reciente presidencial chilena; y puede llegar a ser la prédica del partido del diputado Salle en nuestra próxima elección. Importa que los partidos de la CR atiendan a estos riesgos y actúen políticamente para desactivarlos, a la vez que propongan una alternativa creíble al Frente Amplio (FA).
Todo eso no será fácil. Este siglo XXI ha demostrado que el FA es un potente instrumento electoral: salvo en las elecciones de octubre de 2019, no hubo cita nacional en la que recibiera menos del 44% de los votos, y eso independientemente del mayor o menor nivel de simpatía y capacidad que tuviera su candidato a presidente. Frente a un rival tan exitoso, no cabe entonces dejar para los últimos años decisiones estratégicas tan relevantes como las aquí ya señaladas. Y, sobre todo, no cabe suponer que unos pocos líderes fuertes serán capaces de resolver toda la situación electoral a favor de la CR.
El asunto es bien sencillo: si al final de 2026 el escenario político y electoral de los partidos de la oposición sigue en la indeterminación estratégica que se vivió en 2025, es evidente que se habrá perdido un año fundamental de tareas. Es evidente pues que no hay tiempo que perder.




