![]()
Charles Dickens (Landport, 1812-Gads Hill Place, 1870) fue un enemigo de la política económica y la Constitución británicas desde joven, cuando asistía a los discursos en el Parlamento como periodista y denunciaba los abusos gubernamentales tanto en su narrativa como en su actividad periodística. De ello se hizo eco la editorial Gatopardo con el volumen Pasiones públicas, emociones privadas. una serie de artículos que ofrecía un Dickens que tanto podía hablar sobre tabernas como de estúpidas leyes o de un asilo de indigentes. Una voz valiente en plena etapa victoriana, marcada por la mojigatería y la censura estatal, y que los políticos no tuvieron más remedio que escuchar, dada su trascendencia entre el pueblo inglés.
En esta línea de denuncia sociopolítica ha de verso Casa Desolada —también se ha traducido como l a Casa lúgubre —, que apareció en entregas mensuales entre 1852, año en que el autor reunió sus diferentes historias navideñas en un solo libro, y 1853. Precisamente, la edición de Alba Editorial, a cargo del prolífico traductor Miguel Temprano García (1968), cuenta con un breve prólogo fechado en ese año; ahí, Dickens afirma que, para la confección de esta novela, se detuvo en los aspectos más novelescos de las cosas corrientes, y que creía que este había sido su libro más leído.
⁄ Dickens presenta la burocracia judicial como un artefacto prekafkiano, cuya omnipotencia va a destruir al ciudadano
En este caso, lo corriente es la vida misma, con las redes de relación que se establecen entre el poder y las élites, las gentes más pobres y asuntos de tinte moral. Muchas veces, los relatos de este escritor tienen un protagonismo centrado en la peripecia de un personaje, a veces un menor de edad, sufriente. Sin embargo, en Casa Desolada el núcleo argumental abarca algo más plural: la sociedad misma, sus rancias y caprichosas instituciones, en especial, el Tribunal de la Cancillería, representado por el interminable caso Jarndyce contra Jarndyce, un proceso tan antiguo y laberíntico que ha envuelto a generaciones en una niebla literal y metafórica.
Así, Dickens presenta la burocracia judicial como un artefacto prekafkiano, cuya omnipotencia va a destruir al ciudadano pase lo que pase, pues es indiferente al sufrimiento humano y está lejos de producir justicia.
Ciertamente, desde el memorable y hasta poético comienzo, con un Londres de “niebla por doquier”, la sociedad victoriana y el citado tribunal, “el más canoso y pestilente de los pecadores”, se yergue como una maquinaria implacable que margina al que menos tiene; Para ello, Dickens se sirve de diferentes registros literarios: es un texto que va de lo cómico a lo trágico pasando por lo melodramático e incluso por el misterio policialco.
Por ello, es un magnífico desafío para el lector, pues la crítica a las instituciones que se presentan es algo que nos incumbe hoy, al seguir atrapados en estructuras similares: interminables trámites administrativos, promesas vacías de justicia, una desconexión palpable entre los poderosos y la gente común. Así, se lee: “¿Qué relación puede haber entre las muchas personas de las incontables historias de este mundo, que, desde los extremos opuestos que los separan, acaban juntándose?”.
Dickens se sirve de diferentes registros literarios: cómico, trágico, melodramático e incluso misterio policialco.
Desde el punto de vista más técnico, Dickens, un autor por lo general conservador en sus estructuras narrativas, incorpora al texto una alternancia de voces: un narrador omnisciente, que se expresa con ironía frente a los acontecimientos, y la muchacha Esther Summerson —otros personajes importantes de la acción son los también jóvenes Ada Clare y Richard Carstone, los elegidos para presenciar el final del absurdo caso jurídico—, que da un toque compasivo a la sátira social en torno a los engranajes del poder.
En este sentido, ya GK Chesterton destacó que algunas de las muertes que acontecen en la novela, son responsabilidad directa de la Cancillería, de tal modo que, al decir de este gran lector dickensiano, “casi todo está calculado para vindicar y reivindicar la despiadada moralidad de la protesta de Dickens contra un mal social concreto”, el aplazamiento legal que, lúgubremente, en Casa Desolada en efecto, nunca se disipa.
Charles Dickens Casa Desolada Traducción de Miguel Temprano García, Editorial Alba, 1.008 páginas, 49,50 euros




