Construyendo ideas
Guatemala necesita menos políticos diseñados para redes sociales y más políticos que piensen en la gente.
Guatemala no vive en redes sociales. Vive en el tráfico interminable de cada mañana, en el precio del gas que sube, en la inseguridad del barrio, en el sueldo que ya no alcanza y en la angustia silenciosa de millas de familias que hacen malabares para llegar a fin de mes. Al cierre del año, incluso con el aumento al salario mínimo anunciado, millones de hogares saben que ese ingreso sigue siendo insuficiente frente al costo real de la vida. Ese es el país real. Pero muchas veces pareciera que la política se discute y se decide pensando más en el impacto digital que en esa realidad cotidiana. Y esa desconexión le está saliendo cara a Guatemala.
La política de redes sociales es ruidosa, inmediata y polarizante.
La política de redes sociales es ruidosa, inmediata y polarizante. Reduce problemas complejos a consignas simples, divide a la sociedad en bandos irreconciliables y premia el golpe al adversario por encima de la búsqueda de soluciones. En ese escenario, ganar una discusión pública parece más importante que resolver los problemas que afectan a la mayoría.
Mientras tanto, el país real sigue esperando.
Esperando seguridad para salir a trabajar sin miedo. Esperando justicia que no se perciba como selectiva ni mucho menos instrumentalizada. Esperando instituciones que funcionen con seriedad y previsibilidad, no al ritmo de la coyuntura ni del tema viral del día. Esperando, en resumen, que la política vuelva a servir para mejorar la vida de la gente y no solo para alimentar confrontaciones digitales.
El aumento al salario mínimo es un buen ejemplo de esa desconexión. Por sí solo, no genera más empleo ni atrae inversión. Sin crecimiento económico, sin certeza jurídica y sin un entorno que incentiva la formalidad, ese ajuste termina siendo un alivio limitado y, en algunos casos, una presión adicional. Convertirlo en bandera política en redes sociales no cambia esa realidad.
El problema no es la existencia de las redes sociales ni la participación ciudadana. Una democracia sana necesita debate, crítica y pluralidad. El problema surge cuando el debate público se posiciona desde la lógica de la confrontación y se pierde de vista a la mayoría silenciosa, esa que no vive pendiente de las redes, pero sí padece las consecuencias.
Porque las decisiones tomadas para satisfacer la presión digital no se quedan en el mundo virtual. Se traducen en incertidumbre económica, en desconfianza institucional, en inversiones necesarias que no llegan, en empleos que no se crean y en oportunidades que se pierden. La política hecha para redes sociales tiene un costo real, y ese costo lo paga el país.
Cerrar el año debería invitarnos a una pausa. A preguntarnos si la política que se practica en redes sociales está respondiendo a las verdaderas prioridades de Guatemala. A reconocer que no todo se resuelve con consignas ni con enemigos imaginarios. Y a entender que gobernar, legislar y juzgar requieren responsabilidad, mesura y visión de largo plazo, no me gusta.
Guatemala necesita menos políticos diseñados para redes sociales y más políticos que piensen en la gente. Menos ruido y más resultados. Porque mientras la política se sigue haciendo para las redes, a Guatemala le seguirá saliendo caro.




