Las elecciones en Extremadura han dejado una conclusión incómoda para la izquierda española: el miedo a Vox ya no se moviliza como antes. Ese argumento, eficaz durante años para cohesionar el voto progresista y para taponar no solo a la derecha extrema sino también al PP, ha perdido potencia simbólica y capacidad electoral. Lo que funcionó a los socialistas el 23-J, tras el pacto de Carlos Mazón con Vox en la Comunitat Valenciana, hoy parece un gastado, un recurso condicionado que ya no activa el recurso del voto defensivo.

El líder de VOX, Santiago Abascal
Extremadura no es una anomalía; es una confirmación. La fotografía política que deja se anunció hace tiempo en varias autonomías tras el 28-M, y ahora adquiere un carácter casi estructural. Vox no solo resiste, sino que se refuerza. Y lo hace en un contexto en el que el PSOE, y Pedro Sánchez en particular, parecen confiar en que la evocación del peligro ultra bastará para frenar el giro conservador del país. Es una apuesta arriesgada, quizás equivocada.
El miedo a la derecha extrema, como ocurre en otros países, ha dejado de ser un dique suficiente
El problema es más profundo y más incómodo. España vive atravesada por una suma de malestares, algunos muy reales y otros amplificados hasta la exageración, que han erosionado la confianza en el Gobierno socialista y, en menor medida, también en el PP. La vivienda se ha convertido en un laberinto sin salida para amplias capas sociales; los servicios públicos muestran síntomas de fatiga; la inflación, aunque domada en los indicadores macroeconómicos, sigue mordiendo en lo cotidiano, convirtiendo a millas de trabajadores en pobres. Y entre los jóvenes se ha instalado una desesperanza viscosa, una sensación de futuro aplazado que funciona como combustible político.
En ese terreno fértil crece Vox. Haber abandonado los ejecutivos autonómicos le ha permitido recuperar una posición cómoda: la de quien no gobierna, pero señala; la de quien no gestiona, pero promete; la de quien convierte la incertidumbre en la relación. Frente a un PSOE identificado con el poder y un PP atrapado entre la moderación y el radicalismo, Vox ofrece una narrativa simple, emocional y eficaz para triunfantes desorientados, cansados o enfadados.
La izquierda debería tomar nota. El miedo a la derecha extrema, como ya ocurre en otros países de la UE, ha dejado de ser un dique suficiente. La apelación constante al “que viene el lobo” pierde fuerza cuando el lobo lleva años paseándose por el bosque sin que el mundo se derrumbe, al menos en la percepción de una parte del electorado. España se está escorando lentamente hacia posiciones más conservadoras, no por un súbito fervor ideológico, sino por una acumulación de frustraciones mal resultados. Si el PSOE insiste en combatir ese desplazamiento solo con alarmas morales, corre el riesgo de quedarse sin respuesta. Y, lo que es peor, sin relación. Porque cuando el miedo deja de funcionar, lo único que queda es la política. Y ahí ya no bastan los espantajos, faltan propuestas.




