Nada más aterrizar en España el escritor argentino Federico Falco se dio cuenta de que había importado una espina desde su hogar de Córdoba, Argentina. “Me dio pudor sacármela de la mano y dejarla aquí, tan lejos de casa…”, dice mientras ríe un autor que, pese a tener palmas y dedos ásperos de jardinero y por obra y gracia de la huerta de su casa, cuando coge el lápiz o se pone ante el teclado hace gala de una escritura ordenadaadísima en la acción y al mismo tiempo tranquila en la narración. Y eso es evidente en Un cementerio perfecto (Anagrama).
Además de un cuento, Un cementerio perfecto es el título bajo el que se recogen este y otros cuatro relatos más. Son historias que el escritor construyó ya hace nueve años en Argentina, y donde se combinan escenarios de paisajes y descripciones naturales con la muerte. En todos ellos, el señor de la guadaña se da un paseo. Tranquilamente, porque son muertes naturales, rememoradas algunas de ellas. Y si son provocadas o por accidente, lo son sin asesinos de por medio. Para hacer que mueran sus personajes Falco también anda tranquilo.
“En la proliferación de gimnasios en la ciudad está la necesidad de volver al cuerpo fibrado propio de la naturaleza”
En el libro hay un personaje como el “rey de las mentiras” que vive retirado en la montaña, en un bosque donde mantiene rituales extraños con los animales; una mujer que, en un paisaje nevado, interpreta lo que cree que le dice su difunto marido en sueños; un ingeniero obsesionado en la construcción del mejor de los cementerios para complacer a la máxima autoridad del pueblo Coronel Isabeta; una chica, Silvi, harta de acompañar a su madre en las extremas unciones y que se enamora de un mormón. Y está Mabel, que se casa con un japonés para que su padre tenga sitio en una residencia de ancianos.
Si el lector cree que siempre hay un contraste entre naturaleza y muerte, Falco le hace ver lo contrario. «Todo el tiempo uno está expuesto a la muerte», asegura, porque «siempre hay algo en el jardín que se muere y que nace. Es como un ciclo constante».
“Y es más, muchas veces uno es el agente de la muerte”, continúa, ya que “a veces, cuando una rama de una enredadera empieza a enrollarse sobre otra planta, hay que cortar esa rama y ejercer violencia de algún modo”; o “cuando se acaban las cosechas, sembrás maíz, recolectás las mazorcas… esa planta está viva, no se ha secado aún, pero hacemos espacio para que nazca otro cultivo”.
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es Un cementerio perfecto queda claro que Falco aprecia la naturaleza. Pero rechaza romantizarla, y aún menos en los cuentos: “No creo que sea un lugar idealizado, porque vivir en la naturaleza implica desafíos que tienen que ver con el aislamiento, con ciertas cuestiones extremas, con peligros diferentes, con enfrentarse a las inclemencias del tiempo, a ciertos animales salvajes”. “La naturaleza nos obliga a tomar conciencia de nuestro cuerpo (…), porque lo trabajas, lo fibras casi sin querer”, dice a modo de conclusión. “Hay algo en la proliferación de gimnasios en las ciudades que tiene que ver con esta necesidad de recuperar este cuerpo que se forja en la naturaleza”, añade.
Falco se siente hábil escribiendo cuentos. Pero su debilidad es la poesía. “Es el género que más admiraro y que más disfruto, pero me ha sido vetado para escribirlo…”, dice con resignación. Confía en que algún día publicará sus propios poemas. Pero de momento es una espina que tiene clavada. En la mano o en el corazón, tanto da.




