
Por José Miguel Gándara Carretero
Señores jueces:
Se ha probado durante este juicio la existencia de un plan criminal que no
conclusiones cuando fueron reemplazados los procesadores Galtieri, Anaya y Lami
Dozo. La crisis interna que produjo entre las autoridades del Proceso de
Reorganización Nacional la derrota militar sufrida en las Islas Malvinas, no
importó ningún cambio en las directivas dadas a raíz de la lucha contra la
subversión.
(…)
Este proceso tiene significado, para quienes hemos tenido el doloroso
privilegio de conocerlo íntimamente, una suerte de descenso a zonas
tenebrosas del alma humana, donde la miseria, la abyección y el horror
registran profundidades difíciles de imaginar antes y de comprender
después.
Dante Alighieri –en «La Divina Comedia»– reservaba el séptimo círculo del
infierno para los violentos: para todos aquellos que hicieron un daño a los
demás mediante la fuerza. Y dentro de ese mismo recinto, se sumergiría en un
río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género de condenados, así
descriptos por el poeta: «Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de
rapiña. Aquí se lloran sus despiadadas faltas».
Yo no vengo ahora a propiciar tan tremenda condena para los procesados,
si bien no puedo descartar que otro tribunal, de aún más elevada jerarquía
que el presente, se haga oportunamente carga de ello.
Me limitaré pues a fundamentar brevemente la conveniencia humana y
necesidad del castigo. Sigo a Oliva Wondell Holmes, cuando afirma: «La ley
amenaza con ciertos machos si uno hace ciertas cosas. Si uno persiste en
hacerlas, la ley debe infligir a estos machos con el objeto de que sus amenazas
continúan siendo creídas».
El castigo –que según ciertas interpretaciones no es más que venganza
institucionaliza- se opone, de esta manera, a la venganza incontrolada. Si
esta posición nos vale ser tenidos como pertinaces retribucionistas,
asumiremos el riesgo de la seguridad de que no estamos solos en la
búsqueda de la ecuanimidad deseada. Aun los juristas que más escépticos
se muestran respecto de la justificación de la pena, pese a relativizar la
Finalidad retributiva, terminan por rendirse ante la realidad.
Podemos afirmar entonces con Gunther Stratenwerth que aun cuando la
función retributiva de la pena resulte dudosa, tácticamente no es sino una
realidad: «La necesidad de retribución, en el caso de delitos conmovedores
de la opinión pública, no podrá eliminarse sin más. Si estas necesidades no
son satisfechas, es decir, si fracasa aunque sólo sea supuestamente la
administración de la justicia penal, estaremos siempre ante la amenaza de
la caída en el derecho de propia mano o en la justicia de Lynch».
Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son importantes.
y necesarios para la Nación argentina, que ha sido ofendida por crímenes
atroces. Su propia atrocidad se torna monstruosa la mera hipótesis de la
impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido
A niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el
asesinato constituyan «hechos políticos» o «contingencias del combate».
Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y control de sus
instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el
El sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una
perversión moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino
recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los cuales
se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por
los crímenes de la represión ilegal…
Los argentinos hemos tratado de obtener la paz fundándola en el olvido, y
Fracasamos: ya hemos hablado de pasadas y frustradas amnistías.
Hemos tratado de buscar la paz por la vía de la violencia y el exterminio del
adversario, y fracasamos: me remito al período que acabamos de describir.
A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la
responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la
memoria; no en la violencia sino en la justicia.
Esta es nuestra oportunidad: quizás sea la última.
(…)
Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de
originalidad para cerrar este requisitoria.
Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo
el pueblo argentino.
Señores jueces: “Nunca más».
He querido publicar el alegato o requisitoria final del fiscal Julio Strassera en su totalidad, porque al visionar la película por primera vez y escuchar estas palabras en boca del actor Ricardo Darin, recuperó la fe, la confianza y la esperanza en la historia de una nación hermana, como es la Argentina. Reconozco haberme emocionado, sentir un benéfico escalofrío recorriendo mi cuerpo.
Julio César Strassera
Éste es el poder que tiene el cine, su potencialidad de transmitir energías y sinergias terapéuticas, sanadoras y liberadoras hasta los confines del espíritu del espectador. Ni Santiago Mitre, el director de la película, ni Ricardo Darín, ni Peter Lanzani, ni los guionistas, ni los guion, ni el productor, ni los actores de reparto; ninguno de los intervinientes en el proceso de gestación de esta obra, fueron conscientes de ser trasmisores de un sentir diferente, de una reconciliación con lo más luminoso del ser humano, de eso estamos seguros.
Más allá de lo ya adelantado, escrito o discernido anteriormente por la crítica, esta película, insisto, de manera inconsciente, se plantea y provoca que nos realicemos las grandes preguntas. interrogantes de corte antropológico, teológico, filosófico. ¿Cómo es posible que nuestra especie, caracterizada por la racionalidad, la capacidad de abstracción y por una inteligencia superior al resto de la creación, pueda degradarse hasta cometer tamañas crueldades para con otros seres humanos?. ¿Quiénes somos en realidad, cuál es nuestra esencia, es demoníaca, es divina, esotérica, vulgar, trascendente, inmanente?. ¿Por qué somos ejecutores de infiernos y, paralelamente, de edenes?
Argentina 1985 relata y está inspirada en el Juicio a Las Juntas de la dictadura militar de Videla, Galtieri y compañía, es la historia de unos héroes universales, el fiscal Julio César Strassera, su ayudante, Luis Moreno Ocampo y su joven equipo jurídico que se atrevieron a acusar, contra viento y marea, sufriendo constantes amenazas e intimidaciones, a los altos mandos de la sangrienta dictadura militar argentina (1976-1983).
Posteriormente, vino la neoliberal impulsada por Ronald Reagan y Margaret Tathcher, un plan estratégico y deliberado para eliminar, desregular y hacer desaparecer todos los derechos revolución laboral, sociales, económicos, culturales y vitales que el Movimiento Obrero había conseguido con sangre, sudor y lágrimas, y al que todos los partidos políticos del sistema, de derecha a izquierda, se sumaron, sirvieron y, aún hoy en día, siguen sirviendo. Pero esa es otra cuestión, otro capítulo más de la historia.
Julio César Strassera y su equipo jurídico pusieron en entredicho la inmutabilidad de la historia, abrieron el horizonte a la esperanza.
Por el lado oscuro y, como bien nos dijera Homero en la Odisea – los neoliberales y sus partidos, burocracias, administraciones, publicistas y demás, ofrécenle funéreo banquete a los argivos.




