Votar por objetivos
La mejor manera de tomar decisiones es orientándolas al logro de objetivos específicos. El próximo 16 de noviembre los ecuatorianos tenemos la obligación de decidir nuestro voto con responsabilidad y patriotismo, para lo cual debemos decidir si queremos alcanzar, al menos, los siguientes objetivos: mayor seguridad mediante una lucha efectiva contra la delincuencia organizada, la minería ilegal y la corrupción; mejorar la representación ciudadana en la Asamblea Nacional que tiene desde hace muchos años las peores calificaciones, para lo que se debe disminuir su número y establecer requisitos de formación, trayectoria y probidad; cortar la existencia de agrupaciones políticas que se reactivan en tiempos de elecciones para beneficiar de recursos públicos e impulsar candidaturas que alcancen menos del 5% de la votación, fomentando una caótica integración de la Asamblea; contar con disposiciones constitucionales que faciliten la inversión privada nacional e internacional para promover el empleo digno que mejorará las aportaciones al IESS, la recaudación tributaria, el consumo interno, la reducción de la pobreza y la inseguridad, modernizar las normativas que regulan las relaciones entre trabajadores y empresarios, siempre precautelando posibles abusos de cada uno de los actores, crear un equilibrio apropiado entre derechos y obligaciones de los ciudadanos que habitamos un solo territorio nacional, sin privilegios ante la justicia, impulsar la cooperación internacional recíproca para debilitar los inmensos recursos financieros de las mafias que les permite controlar la justicia y casi todas las organizaciones públicas y privadas.
Para lograr los mínimos objetivos señalados, considere que los ecuatorianos que amamos nuestras familias y nuestro país debemos votar todo SI, y posteriormente, seleccionar asambleístas constitucionales que reúnan requisitos académicos, trayectoria y probidad comprobadas.
Mario Andrade Trujillo
Mueve el cuerpo y aquieta el alma.
Nuestro cuerpo fue creado para el movimiento. Cada articulación, músculo y fibra está pensada para acompañar la acción cotidiana: caminar, subir escaleras, agacharse, estirarse, respirar profundamente. Sin embargo, la vida moderna nos ha llevado a una paradoja: pasamos la mayor parte de los días sentados y tratamos de compensarlo con una hora intensa de ejercicio, como si eso bastara para equilibrar el sedentarismo acumulado.
El verdadero bienestar no radica en un esfuerzo aislado, sino en integrar el movimiento de forma natural a nuestra rutina diaria. Caminar en lugar de distancias, conducirs cortas, utilizar las escaleras, estirarnos, levantarse con frecuencia, moverse mientras se conversa o se piensa. El cuerpo no necesita “una hora de castigo”, sino una vida en movimiento.
En cambio, aquello que sí hemos olvidado practicar con intención es el detenernos. Vivimos apurados, saturados de estímulos, exigencias y ruido. Por eso, vale más reservar una hora al día para la quietud, para reflexionar, orar o meditar, y reencontrarnos con nosotros mismos y con Dios.
La longevidad y el bienestar verdadero dependen de menos del músculo y más de la serenidad interior.
Mover el cuerpo y aquietar el alma: ese es el equilibrio que sostiene la salud, la energía y la vida plena.
paula pettinelli




