3 de noviembre
La independencia de Cuenca, celebrada cada 3 de noviembre, es uno de los acontecimientos más importantes en la historia del Ecuador. Ese día, en 1820, los cuencanos proclamaron su libertad del dominio español, uniéndose al proceso independentista que vivía en varias regiones del país. Esta fecha simboliza el valor, la unidad y el espíritu patriótico de un pueblo decidido a forjar su propio destino. Por ello, cada año se conmemora con orgullo, recordando a los héroes que lucharon por la independencia de la hermosa Atenas del Ecuador.
Durante el feriado del 3 de noviembre, Cuenca se llena de vida, cultura y alegría. La ciudad se engalana con desfiles, ferias artesanales, conciertos, exposiciones y actividades tradicionales que muestran su identidad mestiza y su riqueza patrimonial. Sus calles coloniales, iglesias, balcones floridos y plazas históricas se convierten en escenarios perfectos para celebrar y compartir con visitantes nacionales y extranjeros, quienes disfrutan de la hospitalidad cuencana y de su exquisita gastronomía.
Además, esta celebración impulsa de manera significativa el turismo local y nacional. Millas de personas aprovechan el feriado para conocer o regresar a Cuenca, generando movimiento económico en hoteles, restaurantes, comercios y espacios culturales. La independencia de Cuenca no solo honra su pasado libertario, sino que también fortalece su presente como uno de los destinos turísticos más atractivos del Ecuador, donde la historia, la tradición y la modernidad se encuentran en perfecta armonía.
Delia Martínez
Cuando los sentidos nos salvan
Luego del COVID mi sentido del olfato y del gusto quedaron profundamente afectados. Lo que al principio parecía solo una molestia menor, terminó recordándome los frágiles —y perfectas— que somos como creación de Dios. Nuestro cuerpo es una máquina maravillosa, diseñada con precisión para mantenernos en equilibrio y protegernos.
Hace pocos días tuve una experiencia que me lo confirmó. Una de las hornillas de la cocina se apagó sin que me diera cuenta, y el gas empezó a salir lentamente. Yo no percibí absolutamente nada. Fueron mis hijos quienes, al notar el olor, corrieron a avisarme. Gracias a ellos, evitamos lo que pudo haber sido una tragedia.
Ese momento me hizo reflexionar sobre algo que todos sabemos, pero pocas veces asumimos: no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Vivimos tan acostumbrados a nuestros sentidos —a ver, oler, saborear, escuchar— que olvidamos que cada uno cumple un papel esencial en nuestra supervivencia.
Hoy comparto esta experiencia para invitar a cuidar nuestra salud y prestar atención a las señales del cuerpo. Si, como yo, sufres secuelas del COVID o cualquier otra condición que haya disminuido tus sentidos, no lo tomes a la ligera. Busca atención médica, adapta tu entorno y mantente alerta. Dios nos dio estas herramientas para cuidarnos. Honremos ese regalo, porque solo cuando un sentido falla, entendemos cuán vitales son todos los demás.
paula pettinelli
Al Capone y las lavanderías que dieron nombre al lavado de dinero
Cómo un ingenioso método del crimen organizado en los años veinte terminó dando origen a una expresión universal.
El origen de la expresión “lavado de dinero” tiene una historia tan curiosa como reveladora sobre la creatividad del crimen organizado. Según una publicación de autor anónimo que ha circulado ampliamente, todo comenzó en los años veinte, cuando el famoso gánster Al Capone, el indiscutible rey del crimen en Chicago, se enfrentó a un problema inesperado: ganaba tanto dinero de forma ilegal que no sabía cómo justificarlo ante las autoridades fiscales. Capone manejaba fortunas provenientes del contrabando, el juego clandestino y la prostitución, pero necesitaba darles apariencia de legalidad. Entonces, ideó un plan ingenioso y, al mismo tiempo, aparentemente inocente. Abró una extensa red de lavanderías automáticas, negocios que en la época eran novedosos y muy útiles para la población urbana. Con precios increíblemente bajos, estos locales se llenaban de clientes, pero nadie podía comprobar cuántas personas usaban realmente los servicios. Gracias a esa imposibilidad de rastreo, el gánster podía declarar ingresos ficticios a su antojo, mezclando el dinero ilícito con las ganancias legítimas. Así, el dinero “sucio” pasaba por un proceso simbólico de limpieza, saliendo “reluciente” y listo para circular sin sospechas. Fue entonces cuando nació la expresión “lavar dinero”, una metáfora que se volvió literal en manos del crimen organizado. Con el tiempo, la práctica se sofisticó. Bancos, empresas ficticias y paraísos fiscales reemplazaron a las viejas lavanderías, pero la esencia sigue siendo la misma: disfrazar el origen del dinero proveniente de actividades ilegales. Curiosamente, esta historia dejó también una huella cultural. En Estados Unidos, muchas personas continúan utilizando lavanderías públicas en lugar de lavar la ropa en casa. No es solo por comodidad o tradición: se dice que, en parte, es una costumbre heredada de aquella época en la que Capone ayudó a popularizar estos negocios. Así, entre el vapor de las máquinas y el ruido de las monedas cayendo, nació una de las expresiones más famosas del mundo financiero y criminal. Detrás de cada prenda limpia, se esconde un secreto: el dinero más sucio de América se lavaba junto con las camisas.
Elio Roberto Ortega Icaza




