El monopolio de los libros.
Los escritores y poetas ecuatorianos independientes sienten una gran frustración e impotencia, conocedores de que en el Ecuador País que, por cierto, también nos pertenece, existe un gigantesco e invencible monopolio (transnacional) que acapara con todas las ventas de este material (Libros) so pretexto del “Plan Lector”, comprometiendo a las instituciones educativas a través de obsequios caros (computadoras, instrumentos tecnológicos, etc.) donaciones que, en nuestra condición de escritores independientes, nunca estaremos en capacidad de hacerlo, anulándonos la posibilidad de competir con estos descomunales e inalcanzables contrincantes. Son estas grandes y reconocidas Empresas las que, a lo largo de muchos años, han acaparado el mercado, impidiéndonos llegar con nuestro valioso material a los niños y jóvenes de nuestra Patria. Su dichoso y estratégico “Plan Lector” representa una poderosa y muy bien planificada arma para cubrir todas las áreas en escuelas, colegios, etc. en donde los escritores, a los que nos ha costado lágrimas, sacrificios y recursos económicos para poder publicarlos, no tenemos acceso. Hablo de las decenas de escritores que, como en mi caso por ser maestra por tantos años, están elaborados didácticamente, poniendo nuestro talento, esfuerzo y perseverancia al servicio de nuestros pequeños y grandes lectores, en vez de tenerlos embodegados, por años, como es. mi caso.
No sigamos permitiendo que “El pez grande se coma al pequeño”.
Señor Presidente: Conozco de su sensibilidad, por ello acudo a usted en busca de apoyo.
Algo tendrían que hacer los Ministerios del ramo y más autoridades competentes para evitar que se sigan cometiendo estas horrendas injusticias y se nos brinde la posibilidad de difundir nuestras Obras a todos los escritores pues, a decir verdad, este acaparamiento exagerado nos desmotiva a seguir produciendo, publicando y difundiendo nuestras Obras en beneficio de los estudiantes y maestros de mi patria.
Fabiola Carrera Alemán
Carta de lectura: IA vs IE
En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una herramienta poderosa: procesa grandes volúmenes de datos, responde en segundos y optimiza tareas que antes nos tomaban horas. Sin embargo, frente a toda su rapidez y precisión, hay un terreno donde no puede competir: el de la inteligencia emocional (IE) y el pensamiento humano.
La IA funciona como un espejo de la información que ya existe; su valor está en repetir patrones y encontrar respuestas preconfiguradas. En cambio, la mente humana está hecha de matices: siente, duda, prueba, se equivoca y vuelve a empezar. Ese proceso de prueba y error no es un defecto, sino una de las formas más poderosas de aprendizaje y creación.
La inteligencia artificial puede sugerir la respuesta “correcta”, pero no entiende lo que significa equivocarse, levantarse después de un tropiezo ni transformar la experiencia en sabiduría. El ser humano, con su capacidad de empatía, intuición y conexión, sigue siendo insustituible a la hora de crear soluciones verdaderamente significativas.
En otras palabras: la IA organiza información, pero es la IE la que le da propósito, dirección y sentido. Un texto, una idea o un proyecto robotizado puede ser eficiente, pero solo cuando pasa por la sensibilidad y la visión humana logra inspirar, transformar y trascender.
Entonces, si la inteligencia artificial se perfecciona con cada actualización, ¿qué podríamos lograr nosotros si aprendiéramos a valorar más nuestras emociones, nuestra creatividad y la belleza de equivocarnos en el camino?
paula pettinelli




