«La protección del medio ambiente y el Estado de derecho deben ir de la mano». Este es el espíritu, como lo describícapturado por el recién acordado Declaración de Ciudad del Cabo sobre los crímenes que afectan el medio ambientefirmado por los ministros de medio ambiente y clima del G20 que se reunieron en Sudáfrica en octubre. Pero esto es más que un simple acuerdo. Estas palabras expresan una verdad: la justicia para las personas y la justicia para el planeta no son causas separadas. Son uno y lo mismo.
Los delitos ambientales a menudo se han considerado una preocupación marginal. Sin embargo, el comercio ilegal de vida silvestre, la deforestación, el tráfico de desechos y la minería ilegal son economías criminales organizadas. Despojan a las naciones de su riqueza, privan a las comunidades de sus medios de vida y debilitan la autoridad del Estado. Alimentan la corrupción y erosionan la confianza pública.
El G20 ha reconocido ahora que estos crímenes no son cuestiones secundarias. Son fundamentales para la estabilidad y la seguridad globales. La Declaración de Ciudad del Cabo los sitúa por primera vez en el escenario principal de la cooperación internacional. Exige leyes más estrictas, aplicación conjunta, inteligencia compartida y financiación justa para cerrar el espacio en el que ocurren estos crímenes. Es una declaración de que los crímenes contra la naturaleza son crímenes contra las personas y que su aplicación debe estar a la altura de la magnitud del daño que se está causando.
En un testimonio de la creciente preocupación en torno a estos temas, el 4 de noviembre, 18 gobiernos, con el apoyo de organizaciones internacionales relevantes y organizaciones de la sociedad civil, respaldaron una declaración ministerial para tomar medidas audaces y coordinadas contra los delitos ambientales, lo que marca un importante paso adelante en la gobernanza ambiental global. La Declaración de Río sobre los crímenes que afectan el medio ambiente fue respaldada durante la Cumbre Mundial Unidos por la Vida Silvestre de la Royal Foundation celebrada en Brasil antes de la cumbre climática COP30 de las Naciones Unidas de este año. La declaración promueve el mismo principio que comenzó en Ciudad del Cabo: que las naciones pueden actuar juntas cuando se guían por la justicia, la evidencia y el propósito moral. El vínculo entre las dos declaraciones muestra al mundo que el multilateralismo aún puede funcionar cuando está impulsado por la honestidad y la responsabilidad compartida.
Para Sudáfrica, este cambio no es abstracto. Habla directamente de nuestra propia experiencia. Nuestro país es rico en biodiversidad, pero esa riqueza nos ha convertido en un objetivo. A lo largo de nuestras costas, la caza furtiva del abulón se ha convertido en una empresa criminal global. Deja nuestros océanos desnudos y destruye los medios de vida de las comunidades costeras. En nuestros parques, el tráfico de cuernos de rinoceronte y marfil continúa alimentando la violencia y la corrupción. En toda nuestra sabana, se crían leones criados en cautiverio para la caza comercial, reduciendo a las criaturas vivientes a mercancías.
Estos no son legados que valga la pena defender. Son sistemas que deben terminar. Guiada por la ciencia y respaldada por la ley, Sudáfrica apoya modelos de conservación que se basan en evidencia y que benefician a las comunidades, pero nunca aquellos que convierten la vida silvestre en ganancias a expensas de su supervivencia.
Cada una de estas reformas refleja una idea singular: que el estado de derecho debe defender el mundo natural con la misma fuerza con la que defiende a las personas.
La Declaración de Ciudad del Cabo, junto con la Declaración de Río, marca un punto de inflexión. Estas declaraciones muestran que la cooperación global todavía es posible y que el medio ambiente ahora está al lado de la economía y la seguridad como pilar de la gobernanza internacional.
Pero los acuerdos por sí solos no son suficientes. Deben hacerse cumplir. El estado de derecho debe verse y sentirse en el terreno, en el mar y más allá de las fronteras. Debe responsabilizar a los traficantes y proteger a quienes defienden la naturaleza, a menudo corriendo grandes riesgos personales. Debe hacer justicia a las comunidades que sufren el costo de los delitos ambientales y garantizar que quienes se benefician de la destrucción enfrenten las consecuencias.
El camino entre Ciudad del Cabo y Río muestra lo que se puede lograr cuando las naciones actúan con integridad y urgencia. En todo el mundo, los países están reformando leyes, formando coaliciones y compartiendo inteligencia. Los organismos encargados de hacer cumplir la ley se están acercando a redes que antes se consideraban intocables. La sociedad civil, las empresas y las comunidades locales están comenzando a alinear sus esfuerzos. El sistema está empezando a funcionar como uno solo.
Para Sudáfrica, esto es tanto una responsabilidad global como una renovación nacional. A medida que alineamos nuestras reformas internas con nuestros compromisos internacionales, estamos demostrando que la buena gobernanza y la gestión ambiental se fortalecen mutuamente. Ambos tienen el mismo propósito: crear una sociedad justa, segura y sostenible.
Las Declaraciones de Ciudad del Cabo y de Río no son el final de este trabajo sino el comienzo del mismo. Nos recuerdan que la ley no es sólo una herramienta de orden sino una fuerza para la justicia. Cuando el Estado de derecho defiende el medio ambiente, defiende la base misma de la vida humana.
La protección del medio ambiente y el Estado de derecho deben ir de la mano. Cuando lo hacen, restauramos el equilibrio entre la naturaleza y la justicia, y mantenemos la fe en las generaciones venideras.




