En la teoría de juegos, un escenario de suma cero describe una situación en la que lo que uno gana, el otro lo pierde. Por lo tanto, no hay espacio para acuerdos ni para soluciones compartidas. es Ecuadoresa lógica cíclica se ha convertido en el reflejo de un país donde la política, la protesta y el poder parecen entenderse únicamente desde la confrontación. Pero esa ecuación no suma nada; apenas perpetúa el estancamiento.
'Un país en donde se escucha al antagonista puede ganar colectivamente'.
Este domingo 12 de octubre, Quito volvió a ser el espejo de esa dinámica. Las marchas convocadas por la Conaie, las movilizaciones sociales y la respuesta estatal mostraron cómo cada actor sigue atrapado en la idea de que ceder es perder. Las llamalos gases lacrimógenos y los bloqueos se convirtieron en piezas de un tablero donde el diálogo es la ficha ausente. Desde un lado, se denunció represión y se habló de una político represiva; Desde el otro, el Gobierno insistió en mantener el orden y desestimó la toma de Quito. Dos narrativas. Dos verdades absolutas. Un país dividido.
Ecuador ha vivido demasiadas veces este juego. La historia reciente nos enseña que cuando todos buscan imponerse, nadie gana. Ni los manifestantes logran sus objetivos de cambio profundo, ni el Estado fortalece su legitimidad. Lo único que prospera es la desconfianza… hasta que todo estalla en la siguiente crisis.
Sin embargo, en esa misma tensión puede incubarse la esperanza. El diálogo no es una muestra de debilidad, sino de madurez política. Es el único camino capaz de transformar la suma cero en un juego de suma positivadonde la ganancia de uno no significa la pérdida del otro. La teoría de juegos también enseña que la cooperación genera más beneficios cuando las partes deciden interactuar a largo plazo. En otras palabras: un país en donde se escucha al antagonista puede ganar colectivamente.
El desafío para Ecuador está en medio de ese ciclo. Las organizaciones sociales deben reconocer que el Estado no es su enemigo, sino el espacio donde se deben construir las soluciones. Y el Gobierno tiene la responsabilidad de entender que la fuerza no sustituye al entendimiento. Un país en el que los ciudadanos pueden protestar sin miedo y el poder puede gobernar sin imponer, es un país que empieza a reconciliarse consigo mismo.
El diálogo no significa unanimidad ni complacencia; significa avanzar en medio del desacuerdo. Requiere paciencia, respeto y sobre todo visión de futuro. Implica dejar atrás los discursos que dividen y apostar por una política que construye. Es, quizás, la única manera de que los desacuerdos no terminen paralizaciones y bloqueos económicos, así como en gases en las calles. Se espera que algún día Ecuador sea un lugar para los acuerdos.
Ecuador tiene la oportunidad de abandonar el juego donde todos pierden. Si gobierno y sociedad se sientan a hablar con honestidad, no habrá vencedores ni vencidos, sino un país que vuelve a sumar. Y esa, en un momento como el que vivimos, sería la victoria más talentosa de todas.




