
Este mes hace un año, el pueblo sirio logró lo imposible: después de casi 14 años de conflicto brutal y cinco décadas de dictadura, expulsó al régimen de Bashar al-Assad y entró en una nueva era. El legado de Assad es asombroso: más de 500.000 muertos, 13 millones de desplazadosun sistema penitenciario basado en la tortura y las desapariciones, y una economía tan rota que más de 90 por ciento del país había caído en la pobreza.
Este agosto viajamos a Damasco y vimos de cerca la devastación de la guerra civil. Pero al reunirnos con el presidente Ahmed al-Sharaa, su gabinete y líderes de las numerosas comunidades religiosas y étnicas de Siria, también vimos algo notable: los sirios tratan este momento como una oportunidad única en una generación para reconstruir su país y remodelar su región para mejor.
Este mes hace un año, el pueblo sirio logró lo imposible: después de casi 14 años de conflicto brutal y cinco décadas de dictadura, expulsó al régimen de Bashar al-Assad y entró en una nueva era. El legado de Assad es asombroso: más de 500.000 muertos, 13 millones de desplazadosun sistema penitenciario basado en la tortura y las desapariciones, y una economía tan rota que más de 90 por ciento del país había caído en la pobreza.
Este agosto viajamos a Damasco y vimos de cerca la devastación de la guerra civil. Pero al reunirnos con el presidente Ahmed al-Sharaa, su gabinete y líderes de las numerosas comunidades religiosas y étnicas de Siria, también vimos algo notable: los sirios tratan este momento como una oportunidad única en una generación para reconstruir su país y remodelar su región para mejor.
Ahora, esa posibilidad se ve amenazada por las sanciones estadounidenses que pretendían obligar a Assad a dejar de brutalizar a su propio pueblo. Estas sanciones ahora castigan a un país formado por antiguas víctimas de Assad, quienes están tratando de recuperarse. Si no cambiamos de rumbo, el sufrimiento de Siria y el progreso logrado con tanto esfuerzo por su pueblo podrían desperdiciarse.
Lo que suceda a continuación es de profunda importancia no sólo para el pueblo sirio, sino también para Estados Unidos. Después de décadas de aliarse con nuestros adversarios y servir como caldo de cultivo para la inestabilidad y el terrorismo, Siria tiene el potencial de convertirse en un miembro próspero de la comunidad internacional. Esto beneficiaría los lazos comerciales de Estados Unidos, los intereses de seguridad nacional y los socios regionales como Israel, Turquía, Jordania, Líbano e Irak.
Pero unir un país desgarrado por la guerra civil y en gran parte en ruinas no será fácil ni barato. Grupos terroristas como el Estado Islámico y actores malignos como Irán y Rusia no esperarán la oportunidad de reinsertarse. El fin de semana pasado, el Comando Central de Estados Unidos anunció que el Estado Islámico mató tres miembros del personal estadounidense en Siria, lo que demuestra que sigue siendo una amenaza mortal. Es por eso que las fuerzas de seguridad de Siria deben estar preparadas para luchar contra el terrorismo y negar a actores malignos la capacidad de lanzar operaciones en el país.
Los sirios enfrentan infraestructuras en ruinas, inseguridad alimentaria, falta de atención médica confiable, peligros extremos por minas terrestres y bombas sin detonar, y una economía que lucha por conectarse con el mundo debido a sanciones persistentes. Las Naciones Unidas estiman que Siria necesitará más de $200 mil millones para su reconstrucción durante muchos años antes de que pueda comenzar a parecerse a su estado anterior a la guerra.
Siria necesita una promesa real de un futuro mejor para poder trazar un nuevo rumbo. Es por eso que ambos –un demócrata y un republicano– defendimos la derogación de la Ley César, que imponía sanciones punitivas al régimen de Assad. Es posible que tengamos desacuerdos políticos sobre otros temas, pero en este estamos unidos y apreciamos el trabajo paralelo de la administración Trump.
El amplio régimen de sanciones impuesto a Assad ahora mantiene a Siria al margen. Obstaculiza los intentos de estabilizar, recuperar y comenzar a construir instituciones representativas. La administración Trump ha trabajado para revertir algunas sanciones, incluso otorgando exenciones temporales de seis meses a la Ley César. Sin embargo, ningún inversor privado ni ninguno de nuestros socios regionales puede justificar una inversión seria sin garantías a más largo plazo que las que pueden ofrecer las exenciones de seis meses. Por eso el Congreso debe derogar la Ley César ahora.
Derogar las sanciones debilitantes permitirá a los sirios cumplir con las muchas exigencias que les imponemos mediante el desarrollo de la capacidad para encontrar y destruir armas químicas, detener el tráfico ilegal de drogas, destruir al Estado Islámico y desarrollar los medios para proteger a todos los ciudadanos sirios por igual. El enviado especial de Estados Unidos para Siria, el embajador en Turquía, Thomas Barrack, ya ha demostrado cómo un compromiso diplomático sostenido puede producir resultados tremendos. Sin capacidad adicional, simplemente les estamos pidiendo que hagan lo imposible. Disponemos de muchas herramientas para garantizar que Siria siga avanzando en direcciones positivas en áreas como los derechos humanos, la democracia, la justicia transicional y el diálogo crítico y la integración entre todas las comunidades sirias, herramientas que utilizamos todos los días al tratar con Estados no sancionados en todo el mundo. Estas podrían incluir el desarrollo de capacidades para la seguridad interna y la policía civil, asistencia para la reintegración de los refugiados que regresan y apoyo a las nacientes organizaciones de la sociedad civil de Siria.
En el segundo año de la nueva Siria, será fundamental garantizar que no surja una nueva oligarquía y que una nueva dictadura sectaria no reemplace a la anterior. Estados Unidos está especialmente preparado para utilizar su influencia política y económica para mantener a la nueva Siria alineada con nuestros valores y nuestra visión. Siria tendrá que resistir la tentación de recurrir a socios alternativos como China y Rusia en busca de soluciones rápidas pero poco fiables. También debemos trabajar mano a mano con nuestros socios regionales, quienes serán esenciales para recaudar el capital necesario. Estados Unidos y nuestras empresas deben ser los socios comerciales, diplomáticos y de seguridad preferidos a largo plazo.
Cuando las condiciones sobre el terreno cambian, nuestra política debe hacer lo mismo. Ahora tenemos una ventana generacional para derogar la Ley César y hacer que una de las regiones más importantes y combustibles del mundo sea más estable y más alineada con nuestros valores e intereses. Siria tiene una enorme promesa, y será necesario que todos trabajemos juntos para hacer realidad esa promesa, por el bien de Siria y el nuestro. Después de todo su sufrimiento, el pueblo sirio no merece menos.




