Un único color –el negro– diferencia la enseña regional extremeña de la bandera oficial de Andalucía. Ambas son creaciones simbólicas concebidas con objetivos políticos para dotar de un perfil identitario (artificial) a dos territorios históricamente muy vinculados entre sí y con una historia, si no común, similar. Incluso convergente.
La autoría de la bandera extremeña siempre ha sido objeto de disputa –la tesis más extendida se la adjudica al abogado Martín Rodríguez Contreras, que unió los colores de Cáceres y Badajoz–, mientras que la andaluza es una afortunada ensoñación del notario Blas Infante, que en 1919 recurriría al verde omeya para identificar a toda la región meridional con su pretérito musulmán.
Ambas divisas fueron imaginadas por las correspondientes élites territoriales, de forma que, salvo durante la cada vez más lejana etapa de efervescencia autonómica, su uso, más que una expresión de raíz popular, expresa una nítida voluntad de orden institucional.
El pasado político reciente de Extremadura y Andalucía es similar. En ambas regiones el PSOE gobernó 36 años, actuó como el partido fundacional y adaptó la arquitectura regional a sus deseos. Y en las dos en muy pocos años se ha producido un viraje hacia la derecha.

Guardiola y Moreno Bonilla en el Parque Nacional de Monfragüe
La debacle que supone para los socialistas el resultado de las elecciones del domingo en Extremadura, que en Génova han diseñado como la primera estación del viacrucis electoral que debe preceder a los comicios estatales, y cuyas paradas son Aragón y Castilla-León, está afectando ya a la pugna política en Andalucía.
No tanto porque los votantes extremeños hayan castigado al PSOE –diez escaños menos y 108.000 votos perdidos– sino porque la encrucijada a la que Guardiola, la presidenta del PP en funciones, ha llevado a la región a fortalecer la estrategia de Moreno Bonilla en el Sur.
La coyuntura política que el 21-D deja en Mérida, la capital política de Extremadura, con un PSOE absolutamente devastado, un PP incapaz de desembarazarse de Vox, una ultraderecha en inquietante ascenso y unas minorías de izquierdas más o menos estables, es un preludio de lo que puede ocurrir en junio del 2026 en Sevilla.
La debacle socialista no es ninguna novedad. De hecho, va a ser la constante de este ciclo electoral que acaba de comenzar. Al margen de lo que ocurre en Zaragoza y en Valladolid, en Andalucía todos los sondeos vienen señalando desde hace muchísimo tiempo que el socialismo meridional se encuentra en una situación agónica.

Sánchez y Montero en Sevilla
El PSOE andaluz lleva ya siete años lejos de los ámbitos de poder autonómico y ninguno de los tres dirigentes que han gobernado la agrupación socialista más numerosa de España, y la que más diputados designa en el Congreso –Susana Díaz, Juan Espadas y María Jesús Montero–, ha mejorado los resultados de su antecesor.
Los socialistas extremeños, de partida, contaban con más defensas institucionales que los andaluces. El control de las diputaciones de Cáceres y Badajoz, ambas en manos del PSOE, equilibraba en cierto sentido la mayoría (insuficiente) que tenía Guardiola en la Junta.
En Andalucía no sucede nada de esto. Los socialistas sólo controlan dos de las ocho corporaciones provinciales –Sevilla y Jaén– frente a las seis diputaciones restantes y las grandes urbes, todas del PP.
De ahí que el retroceso del PSOE en Andalucía, una vez confirmado el voto de castigo al candidato de Sánchez en Extremadura, pueda ser muchísimo más agudo. Incluso terminales. La cabeza de lista en Sevilla es la vicepresidenta Montero, mano derecha del presidente.

Juan Manuel Moreno Bonilla y Manuel Gariva, portavoz parlamentario de Vox en Andalucía
Extremadura también es un aviso a navegantes para las minorías de izquierdas en Andalucía. IU, Podemos y Alianza Verde han creado en Mérida una confluencia que casi ha duplicado su representación. Dos factores explican este exito: la lista única, que en Andalucía ni está ni se la espera, y la incomparecencia de Sumar.
El ascenso electoral de Vox, que en el caso extremeño va a suponer mayor dependencia de Guardiola de los ultramontanos, constata que el PP es incapaz de librarse de su principal rival político. Esta evidencia, que puede volver a repetirse en Aragón y en Castilla-León, no debería servir como vano consuelo para el PSOE.
Más bien es un pésimo augurio. En Andalucía, desde luego, a quien ayuda es al PP de Moreno Bonilla que, al contrario que Guardiola, sí tiene una hegemonía suficiente para no tener que negociar con Vox.
En Zaragoza y en Valladolid el sometimiento de los candidatos de Génova ante Vox es estructural. Es dudoso, por no decir improbable, que en sus respectivas convocatorias electorales, con el partido de Abascal en claro ascenso, vayan a cambiar las cartas de la partida.
En Sevilla, sin embargo, la consecuencia del ciclo electoral regional coloca a Moreno Bonilla donde necesitaba ser visto: como un refugio útil para su electorado y un mal menor para una parte de los críticos de izquierdasque tanto en Extremadura como en Aragón y en Castilla-León van a presenciar cómo el ascenso de Vox y la debacle del PSOE aboca a estas tres autonomías a la inestabilidad.




