El fútbol tiene noches que se clavan para siempre en la memoria colectiva, instantes que se narrarán durante generaciones como si fuera leyenda. Escocia vivió una de esas noches cuando Scott McTominay, convertido ya en héroe absoluto del país, escribió una chilena tan imposible como necesaria para guiar a la selección hacia su primer Mundial desde 1998.. Una acrobacia celestial en apenas tres minutos de partido que desató el delirio en Glasgow y que, según algunos comentaristas, rozó la altura de Michael Jordan en pleno vuelo.
El escenario era simple, pero vertiginoso. A los escoceses solo les valía ganar si no querían ir a la repesca. En frente, estaba Dinamarca, rival duro, ordenado, habituado a agua fiestas ajenas, a la cual le valía el empate. Escocia, en cambio, jugaba con el peso de veintiséis años de ausencia mundialista, un estadio abarrotado y una nación entera aferrada a una esperanza que parecía eterna.
McTominay marcó el camino
El primer gol nació de un centro tenso y medido por el costado derecho. McTominayque en el último año ha pasado de promesa irregular a estrella mundial indiscutible, calculó un salto que nadie vio venir. Se arqueó en el aire, espalda hacia la portería, y conectó una chilena técnicamente perfecta. La pelota cayó al césped, botó y se introdujo en la red ante un Kasper Schmeichel. completamente vencido. El silencio de un segundo en Hampden fue solo el preludio del rugido que vino después.
McTominay.
La retransmisión televisiva alucinó con el gol del centrocampista del Nápoles. «¿Habéis visto alguna vez algo así? ¿En el escenario más importante de todos? ¡Scott McTominay con una jugada mágica que le da la ventaja a Escocia en un partido que deben ganar!», señaló un comentarista. Otro, sin recuperar aún la compostura, agregó: “¡Guau, un hombre para las grandes ocasiones! ¡Madre mía, qué golazo!” Pero la frase que quedó para la historia la soltó el tercer analista de la BBC: «Por cierto, ¡ahí está Michael Jordan! ¡Miren cuánto tiempo está en el aire!».
Escocia no se detuvo ahí. Alimentados por la euforia del primer tanto, los de Steve Clarke jugaron con una energía desbordante, conscientes de que estaban escribiendo una página de oro. Dinamarca respondió, claro, y el partido se convirtió en un intercambio de golpes frenético que acabó con un 4-2 para los locales.. Un marcador que, más allá de la épica, reflejaba el dominio emocional y futbolístico de un equipo que llevaba años esperando este momento.
