Recuerdo un ensayo de García Márquez, cuando escribió que no le gustaba la Navidad porque es una fiesta desigual; es decir, entre los que disfrutan y los millones de niños y niñas del planeta que estaban privados de sus derechos, en condiciones infrahumanas y excluidos de las luces y centellas, de los cantos de paz, de los obsequios, de los abrazos y sobre todo de un pan en sus estómagos.
El autor de “Cien años de soledad” expresó que “en Navidad, en nombre de la felicidad humana – ¿inhumana? -, se sacrifican en estas fiestas paganas millones de pavos, que nada han hecho de malo para recibir tal maltrato”. ¡E intenté –sin suerte- una cruzada mundial a favor de los pavos!
Estos pensamientos vienen a la mente cuando rememoraba los escenarios pasados al acercarse la fiesta principal de la cristiandad: la Navidad. En rigor hay que reconocer que la Navidad se ha desnaturalizado, por obra y gracia – ¿o desgracia? – de un fenómeno que cambió el mundo –la posmodernidad-, que trastocó valores antes considerados importantes, para ser convertidos en objetos que se compran y se venden al mejor postor.
Para ello contribuiron nuevos símbolos –reconocidos como marcas registradas- que aparecieron en el escenario global. Me refiero a san nicolasconvertido en Papá Noel, un hombre gordo, vestido de rojo, quien con su voz inconfundible hizo reír a la humanidad, al traer obsequios en un carro largo halado por ciervos. Luego aparecieron los árboles, la escarcha, los juguetes y el círculo se cerró con la simbiosis más extraña: la colocación del árbol y Papá Noel junto –nada menos- que, al Niño Jesús, el salvador del mundo, en su humilde pesebre.
Este fenómeno llamado por Néstor Canclini “hibridación cultural” constituye una manifestación que una de dos visiones del mundo: lo pagano y lo cristiano. La fiesta religiosa, en este contexto, lucha por sobrevivir en un escenario en el que predomina el negocio, frente a valores más internos e intensos, como el cambio del corazón.
En este trafago, el Papá Noel parece competir con el Niño Dios, quien, en sus pajitas y su ambiente de campo, entre vacas, terneros y gallinas, espera ser la verdadera luz –no el bombillo- que ilumine el mundo.
2025 ha sido un año muy duro para todos, y lo será más en el futuro si la sociedad y sus instituciones –en especial la economía y la política- no incorporan la Ética. La bolsa de Papá Noel –y no es ironía- ha quedado vacía, cuando la economía ha recibido el golpe más tremendo de su historia, porque los valores de la Bolsa (de Valores) no existen cuando la economía ha saqueado a la Ética.
La otra Navidad tiene que ver con los valores humanos. Es que la auténtica Navidad no tiene clientes. Es de los hombres y mujeres de buena voluntad.




