José de María Romero Barea.
Cada una de las lúcidas notas de la novela. Ceremonia (Capitán Swing, 2025; Traducción de Noelia González Barrancos) conlleva capas inherentes de mediación: “La única manera de lograr un cambio no es a través de los tribunales ni —Dios no lo quiera— de los políticos, sino mediante un cambio de conciencia humana y un cambio de corazón”.

Lo que se plasma en este relato es lo que recuerda a la escritora Leslie Marmon Silko (1948), que es exactamente lo que ella ha decidido contarnos. No otra es la interpretación selectiva de la propia experiencia que propugna la escritora estadounidense, descendiente de la tribu denominada los Lagunas, recordada posteriormente y moldeada para la mirada del otro.
Describe, para ello, toda una peripecia personal, la de Tayo, un veterano de la Segunda Guerra Mundial de ascendencia mixta, que presiona a favor de otorgar al impulso textual la condición de verdad incuestionable, consciente de que “solo a través de las artes —la música, la poesía, la danza, la pintura, la escritura— podemos realmente conectarnos los unos con los otros”.
A la autora, representante del Renacimiento Nativo Americano, se la puede ver no precisamente como un participante reticente: se involucra con todas sus capacidades en el rito que articula, como un ser humano cuyo modelo intelectual y emocional predeterminado, es la ambivalencia del que regresa a la reserva indígena: “Tayo no podría descansar mientras sus recuerdos estuvieran entrelazados con el presente”.
Como una pieza expuesta en un museo, la existencia de un prisionero de guerra queda fija tras el cristal de la prosa. Su narración supone el diorama verbal de un dolor irreparable: “Había visto y oído el mundo como siempre fue: ilimitado, a merced de las transiciones a través de todas las distancias y el tiempo”.
El viaje emocional del que vuelve a su pasado indio sustenta viajes extraordinarios a los orígenes de la ruptura, en dirección a la comprensión mutua, a la compasión grupal que fomenta el crecimiento individual: «Intentan destruir nuestras historias», sostiene el interlocutor, «dejar que se confundan o se olviden. Les gustaría que así fuera, porque entonces estaríamos indefensos».
El ritual que Ceremonia promulga es una forma de ofrecer solidaridad a sus lectores, quienes se encuentran entre sus páginas historias para inspirar, enfurecer y alentar carreras discursivas a pesar de las barreras significativas: “Hay que contar la historia detrás de cada palabra para que no haya ninguna duda en el significado de lo dicho; pero eso exige paciencia y amor”.
Se resaltan cuestiones que siguen siendo invisibles para quienes no las han experimentado y necesitan ser resueltas colectivamente, a través de las narraciones mitológicas del pueblo Laguna, autodenominados “kawaik” o “gente del lago”, que incursionan en el corazón de lo extraordinario: “Este sentimiento era su vida, una vitalidad encerrada en lo profundo de su memoria”.
Un culto procedimental lleno de inteligencia escarba en el pasado místico de la comunidad de Nuevo México para exponer verdades intrincadas: “Las cosas que no cambian ni crecen están muertas”. Vidas y personalidades se leen como notas a pie de página de una sensibilidad que la creadora, Premio Círculo de Escritores Nativos de las Américas 1994, escribe para sí mismas, redactadas durante una crisis tan aterradora como desconcertante.
La investigación del Premio Robert Kirsch 2020 aborda, entre otras cosas, el terrible legado de la deshumanización, la opacidad, la violencia y el abuso, deconstruida para construir algo honesto, real y nuevo. Su narrativa oscila, con matices y sensibilidades, entre la conexión y la compasión, la ira y el retraimiento: «Pero mientras recuerdas lo que has visto, nada se pierde. Mientras lo tengas en mente, forma parte de esa historia que compartimos».
En este momento en el que la realidad continúa siendo malinterpretada, cuestionada y vilipendiada, se nos ofrece una visión de cuánto contribuye la literatura a la sociedad y cuánto más podría ser posible con un cambio de perspectiva más imaginativo, tanto a nivel individual como colectivo, porque, en definitiva, “no tienes nada si no tienes historias”.
Sevilla 2025




