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¿Te gustan mis piernas? ¿Y mis rodillas también?”, empieza preguntando una Brigitte Bardot completamente desnuda y tendida sobre la cama, como si acabara de hacer el amor con Michel Piccoli, en la célebre escena que abre El desprecio (1963), de Jean-Luc Godard, sin duda la película más importante de su carrera. Y hasta podría decirse que de la historia del cine, porque sencillamente lo tiene todo: requisito esencial para ese puesto de honor, es una película sobre el propio cine, rodada en gran parte en Cinecittà, con Fritz Lang interpretándose a sí mismo mientras filma una adaptación de la Odisea además de Piccoli como el guionista encargado de adaptar el poema de Homero y Jack Palance prestando su mandíbula prominente al tiburonesco productor americano encargado de financiar la adaptación. Y, por supuesto, Brigitte Bardot, la mayor estrella del momento en todo el mundo: El desprecio Comenzó a rodarse ocho meses después del suicidio de Marilyn Monroe, una noticia que dejó terriblemente trastocada a la actriz francesa, gran admiradora que también había intentado quitarse la vida y estaba aterrada ante su propio futuro: “¿Qué será de mí?”, fue la pregunta que le hizo a su entonces pareja, el actor Sami Frey.
Bardot había trabajado con grandes cineastas de la vieja escuela como Claude Autant-Lara ( En caso de desgracia ) o Henri-Georges Clouzot ( la verdad ), pero el núcleo duro de la nouvelle vague no se había interesado por ella. Quizás porque la veían inalcanzable. Aunque fue ella la que, aprovechando la cercanía entre Frey y Godard, se ofreció para el papel de la mujer de Piccoli, porque El desprecio Era su novela favorita de Alberto Moravia, acabó cobrando medio millón de dólares, la mitad del presupuesto de una ambicioso filme que, de otra forma, tampoco se hubiera podido armar.
Marguerite Duras la describe como “el sueño imposible del hombre casado”
La famosa escena del principio, en la que Godard y su director de fotografía, Raoul Coutard, proyectaron filtros de colores sobre su cuerpo desnudo, se agregó a última hora a petición del productor americano, Joseph E. Levine, que se sentía estafado por no tener a Bardot desnudo en la película, con lo que le había costado. Para Godard, tenerla vestida era un sueño hecho realidad, ya que había sido de los primeros en ver en ella a la encarnación de la mujer moderna, dueña de su propia sexualidad, y no solo un mero objeto del deseo. Poco importa que se desmarcara del feminismo, Bardot personificó como ninguna a la mujer liberada, que hacía lo que quería con su cuerpo. La que Marguerite Duras describió como “el sueño imposible del hombre casado” no tardó en aprender a decir que no. Dijo que no en varias ocasiones a Hollywood, dijo que no a James Bond, a El caso de Thomas Crown a Jacques Demy y Luchino Visconti, que vio en ella a la proustiana Odette de Crécy. Aunque también entró en cólera cuando François Truffaut prefirió a Catherine Deneuve para rodar La sirena del Misisipi (1969), hasta el punto de alegrarse del fracaso comercial de la película, el mejor de su creador para un servidor.
En los años setenta, dijo que no al bisturí ya su propia carrera cinematográfica a los 38 años, pero antes de retirarse vivió otro encuentro decisivo cuando la fichó la Philips, el mismo sello que Serge Gainsbourg, que compuso sus dos primeros singles: dos canciones – El aparato sous y Chicle –, que cantó con una curiosa indiferencia que maridaba a la perfección con la célebre indiferencia del cotizado cantante y compositor.
Cuando se conocieron en persona, en el programa de Sacha Distel, saltaron chispas que rápidamente tomaron la forma de una tórrida pasión, aunque ella seguía casada con el playboy Gunter Sachs. De esa relación salieron canciones increíbles como harley-davidson oh Contacto que la inmortalizaron como una diva del pop de los sesenta, así como los todavía más memorables duetos tira cómica y, sobre todo, bonnie y clyde en cuyo videoclip cómodo delante de la letra aparecían emulando a Warren Beatty y Faye Dunaway en la rompedora película de Arthur Penn que acababa de estrenarse en Estados Unidos y todavía no había llegado a Francia. En la carátula del álbum homónimo publicado en 1968 podía leerse: «Estos temas de Brigitte y míos son, ante todo, canciones de amor: amor de combate, amor apasionado, amor físico, amor de ficción. Amorales o inmorales, tanto da, lo que importa es que son de una sinceridad absoluta».
La más célebre canción que grabaron a dúo, Je t'aime moi non plus en la que básicamente parece que están haciendo el amor –la calificaron de “audio-vérité”–, no vio sin embargo la luz hasta 1986, cuando Bardot publicó su último disco, Todas las bestias están destinadas a apuntar en beneficio de sus queridos animales. En 1968, Gunter Sachs había puesto el grito en el cielo, y Bardot quiso darle otra oportunidad. Tampoco quería escándalos, ya que tenía que rodar una película con Sean Connery en España, el insustancial western. Shalako ocasión para Gainsbourg de componer una canción de despedida, la mítica Iniciales BB cuyos versos terminan con la mágica palabra “Almería”.




