Washington será sede del sorteo del Mundial 2026 que tendrá a 48 selecciones. Foto: Olé
Los sorteos de los Mundiales siempre fueron mucho más que un trámite administrativo. Con el correr de los años, esas ceremonias se transformaron en una puerta de entrada al torneo: instancias cargadas de simbolismos, presiones políticas, decisiones deportivas y, en algunos casos, polémicas que todavía resuenan.
El portal TyC Sports recuerda que desde aquel acto rudimentario en Montevideo en 1930 hasta los shows globales con audiencias millonarias, la historia de los sorteos mundialistas refleja la propia evolución del fútbol: de un deporte en construcción al fenómeno planetario que conocemos hoy. En ese recorrido quedaron hitos, errores, maniobras y anécdotas que explican por qué cada sorteo se vive como un capítulo fundamental de la Copa del Mundo.
El punto de partida fue en Uruguay 1930, donde todo se hizo con una simpleza casi artesanal. Tres días antes del inicio del torneo, el sorteo reunió a los delegados en un salón y definió zonas sin grandes criterios más allá de acomodar a las 13 selecciones participantes. Una imagen casi de otro tiempo: bolillas de madera, papeles escritos a mano, una organización a contrarreloj y la sensación de que ese acto, sin saberlo, inauguraba una tradición que se volvería central. El grupo que integró Argentina —junto a Francia, Chile y México— salió de ese bolillero improvisado.
Con Italia 1934 llegó la primera formalización. Ya había eliminatorias y la FIFA decidió darle un marco más controlado al sorteo. En Roma, en el Hotel Ambasciatori, se buscó equilibrar el cuadro, aunque sin bombos definidos. Los criterios todavía eran flexibles, pero la política ya tenía peso: el gobierno de Mussolini quería un torneo impecable y cuidó que Italia no quedara expuesta a un debut complejo. Cuatro años después, en 1938, el sorteo en París dejó una de las postales más recordadas: un niño de seis años —nieto del entonces presidente de la FIFA— sacando las bolillas en el Salón d'Horloge. La inocencia como símbolo de un fútbol en crecimiento.
El sorteo para el Mundial brasileño.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Brasil 1950 introdujo los primeros lineamientos geográficos estrictos. Se buscó que los grupos mezclaran regiones y tradiciones futbolísticas, aunque el concepto de “cabezas de serie” todavía no existía. Con el tiempo, los criterios se fueron formalizando: bombos por confederación, ranking deportivo, localía y protección de cruces entre potencias. La FIFA ajustó las reglas torneo tras torneo hasta consolidar un sistema reconocible, pero no siempre perfecto.
Inglaterra 1966 dejó otra historia llamativa, aunque extradeportiva. Pickles, el perro que había encontrado el trofeo Jules Rimet robado meses antes, se convirtió en la estrella involuntaria del evento y símbolo del Mundial. En 1974, Alemania mostró otro salto: fue el primer sorteo transmitido globalmente, señal de que el fútbol comenzaba a instalar su estructura televisiva y su narrativa moderna. Cuatro años después, en 1978, la ceremonia en Buenos Aires estuvo marcada por el contexto político. El comité organizador argentino intervino en la estructura del sorteo para garantizar que la Selección juegue el partido inaugural en el Monumental y evitar traslados largos. Medios extranjeros cuestionaron la transparencia del proceso.
Una bolilla que se atacó
Uno de los momentos más recordados —y más incómodos para la FIFA— fue España 1982. Con el ingreso de 24 selecciones, la ceremonia se volvió más compleja y quedó en evidencia. Una bolilla defectuosa se atascó en pleno sorteo, los grupos quedaron desordenados y fue necesario repetir parte del proceso. Un papelón en vivo que quedó en la memoria como la primera falla grave de la era moderna. Italia 1990 marcó otro giro: el sorteo adoptó la lógica del marketing, con figuras televisivas, escenografía cuidada y un guion más propio de un show que de un acto administrativo.
Pero la gran bisagra llegó en Francia 1998. Por primera vez se realizó en un estadio, el Vélodrome de Marsella, ante más de 38.000 espectadores y con audiencia global que superó los mil millones. Fue un éxito mediático, pero años más tarde quedaría envuelto en controversia: Michel Platini reconoció que la estructura del sorteo buscó —al menos en la distribución del cuadro— orientar una eventual final entre Francia y Brasil.
Alemania 2006 profundizó la espectacularidad: una conducción de alto perfil, un montaje televisivo pensado al detalle y criterios deportivos más estrictos. Brasil 2014 sumó tecnología: simulaciones digitales en vivo y un sorteo que derivó en uno de los grupos más duros que se recordarán, con Uruguay, Italia e Inglaterra. Rusia 2018 introdujo un cambio histórico: todos los bombos se organizaron exclusivamente según el ranking FIFA, sin excepciones ni consideraciones geográficas para los cabezales de serie, un criterio que representó un quiebre conceptual.
Los últimos dos eventos
Finalmente, Qatar 2022 y el sorteo del Mundial 2026 reflejan el fútbol globalizado. La ceremonia en Doha combinó escenografía cinematográfica, representación cultural y una puesta en escena digna de una producción de premio internacional. Para 2026, con 48 selecciones, la FIFA diseñó reglas adicionales para evitar cruces tempranos entre potencias y equilibrar la distribución continental. L'Équipe, Gazzetta dello Sport y The Athletic coincidieron en que fue el sorteo más complejo de diseño desde la creación del torneo.
Casi un siglo después, los sorteos ya no son un trámite: son parte de la mística, de la política y de la estrategia deportiva de un Mundial. Lo que empezó como un acto improvisado en Montevideo hoy es un espectáculo global que puede influir en el camino de un campeón. Y, sobre todo, en la imaginación de millones de hinchas que cada cuatro años esperan una simple cosa: que la próxima bolilla sea la propia.
