Por Arthur Piccolo
Noticias de las Américas, NUEVA YORK, NY, jueves 15 de agosto de 2024: Ahora que la vicepresidenta Kamala Harris está a punto de convertirse en la primera mujer en ascender a la presidencia de los Estados Unidos, es hora de reflexionar sobre una parte de su herencia que ha sido ignorada con demasiada frecuencia tanto en su carrera política como en la política exterior estadounidense: sus raíces caribeñas. En concreto, el legado de su padre, Donald Harris, un economista nacido en Jamaica cuya influencia en ella es mucho más que académica. Es una herencia rica en cultura, historia y resiliencia, que podría guiarla para forjar una nueva e impactante dirección para las relaciones de Estados Unidos con el Caribe, América Central y América del Sur, regiones que han sido desatendidas durante demasiado tiempo por las sucesivas administraciones estadounidenses.

Donald Harris, nacido y criado en Jamaica, profesor jubilado de Stanford, es un producto del Caribe, una región que, a pesar de su proximidad y sus profundos vínculos históricos con los Estados Unidos, ha sido marginada en la política exterior estadounidense. La importancia del Caribe se extiende mucho más allá de sus idílicas playas y su atractivo turístico. Es una región rica en recursos naturales, diversidad cultural y potencial económico sin explotar. Más importante aún, es una región que históricamente ha sido un microcosmos de las luchas más amplias contra el colonialismo, la explotación económica y la búsqueda de una verdadera soberanía.
Para Kamala Harris, esta herencia no debe ser una nota a pie de página, sino una base poderosa sobre la cual construir una nueva era de diplomacia y cooperación. Ha llegado el momento de que no solo abrace sus raíces caribeñas, sino que las use como plataforma de lanzamiento para una política estadounidense transformadora hacia los países al sur de nuestra frontera, reconociendo que el Caribe, junto con América Central y del Sur, merece más y mucho mejor que el descuido que ha recibido de Washington.
Durante demasiado tiempo, la política estadounidense hacia esta región vital ha sido, en el mejor de los casos, una política de negligencia disimulada. Los gobiernos anteriores, incluido el actual, han centrado su atención en otras áreas, dejando un vacío que ha sido llenado por la inestabilidad económica, el malestar político y la influencia creciente de otras potencias mundiales, especialmente China. La estrategia ha sido reactiva en lugar de proactiva, esporádica en lugar de consistente. Esto debe cambiar, y Kamala Harris está en una posición única para liderar ese cambio.
Imaginemos un presidente estadounidense en el que el Caribe y América Latina no sean temas secundarios, sino centrales en la estrategia de política exterior de Estados Unidos, en el que Estados Unidos vea a sus vecinos no sólo como problemas que hay que resolver, sino como socios en una búsqueda compartida de prosperidad, seguridad y democracia. Kamala Harris, con su profunda conexión personal con el Caribe, debería ser la líder que inicie esta nueva visión, una visión que su padre, Donald Harris, con sus propias ideas sobre la justicia económica, sin duda defendería.
Esta nueva política debe ser más que meras palabras. Debe ser un esfuerzo integral y sostenido para dialogar con nuestros vecinos del sur sobre los temas que más les importan: el desarrollo económico, el cambio climático, la migración y el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Significa priorizar los acuerdos comerciales que benefician a ambas partes, invertir en infraestructura que conecte a las Américas para un futuro dinámico y apoyar iniciativas que promuevan el desarrollo sostenible y reduzcan la desigualdad.
La presidencia de Kamala Harris podría ser el comienzo de una nueva era en las relaciones entre Estados Unidos y el Caribe y América Latina, una en la que Estados Unidos finalmente reconozca la importancia estratégica de estas regiones y el papel que deben desempeñar en un mundo globalmente interconectado.
En su discurso de aceptación en Chicago, Kamala Harris Debería reconocer con orgullo la influencia de su padre, Donald Harris, y la herencia caribeña que él le ha transmitido. Debería hablar de los sueños que su padre tenía de un mundo más justo y equitativo, y de cómo esos sueños la guiarán en la creación de un nuevo camino para la política exterior estadounidense, uno que valore las relaciones con nuestros vecinos más cercanos tanto como las que tenemos al otro lado de los océanos.
No se trata sólo de corregir errores pasados, sino de construir un futuro en el que Estados Unidos y las naciones del Caribe, Centroamérica y Sudamérica trabajen juntos como iguales. Kamala Harris tiene la oportunidad única de redefinir lo que significa ser un buen vecino, de reemplazar viejos paradigmas de dominio por nuevos marcos de cooperación y respeto mutuo.




