Viajar sigue siendo uno de los grandes deseos contemporáneos. Cambian los destinos, las motivaciones y las formas, pero la pulsión por salir, descubrir y desconectar permanece intacta. De cara a 2026, esa pulsión se afina y se vuelve más compleja.
El viaje deja de ser únicamente una paréntesis en la rutina para convertirse en una experiencia pensada con mayor intención, más alineada con los valores personales y con una mirada cada vez más atenta al entorno. Así lo refleja el último análisis de tendencias elaborado por Evaneos, la plataforma especializada en viajes a medida de alta gama, que gestiona más de 130.000 viajes al año en 170 destinos de todo el mundo.
El atractivo de lo irrepetible: viajar para observar fenómenos naturales

Uno de los grandes motores del viaje en 2026 será la búsqueda de fenómenos naturales singulares. El interés ya no se centra únicamente en paisajes espectaculares, sino en acontecimientos que dependen de condiciones concretas y no siempre previsibles. Auroras boreales, yeguas bioluminiscentes, cielos nocturnos extremos, desiertos cubiertos de nieve o regiones polares en pleno invierno se sitúan entre las experiencias más demandadas.
Este tipo de turismo responde a una necesidad clara: vivir algo que no se pueda replicar en cualquier otro lugar ni en cualquier momento. El fenómeno natural se convierte en el eje del viaje y condiciona fechas, rutas y ritmos, obligando al viajero a adaptarse al entorno y no al revés. Frente a la estandarización de muchos destinos, estos viajes recuperan la sensación de expectación y de dependencia de la naturaleza.
IA e hiperpersonalización en la planificación del viaje
La inteligencia artificial seguirá ganando peso en el sector turístico durante 2026, especialmente en la fase de planificación. Su papel será el de afinar propuestas, cruzar datos y construir itinerarios ajustados al perfil de cada viajero. Ritmos de viaje, intereses culturales, sensibilidad medioambiental, presupuesto o incluso el momento vital influyen cada vez más en la forma de diseñar una ruta.
Sin embargo, el uso de estas herramientas va acompañado de una mayor conciencia sobre sus límites. La tecnología permite optimizar y personalizar, pero el conocimiento profundo de un destino, los matices culturales, las recomendaciones que no aparecen en los algoritmos y la capacidad de anticipar emociones siguen dependiendo del criterio humano. La planificación se convierte así en un proceso híbrido, donde la precisión tecnológica convive con la experiencia local.
Destinos discretos y recomendaciones fuera del radar

La búsqueda de lugares poco conocidos se consolida como una de las tendencias más claras. Cada vez más viajeros muestran un cansancio evidente ante los destinos saturados y los iconos repetidos hasta la atenuación. En su lugar, crece el interés por países y regiones que todavía conservan una cierta sensación de descubrimiento, como Kirguistán, Belice o Laos.
Este desplazamiento no responde solo a una cuestión estética o de tranquilidad. También tiene que ver con el deseo de establecer una relación más directa con el territorio, de moverse en contextos donde el turismo todavía no ha homogeneizado la experiencia y donde el viajero se siente, de algún modo, invitado y no absorbido por la masa.
Bienestar físico y mental como motivo de viaje.
El bienestar se sitúa en el centro de muchas decisiones viajeras. Retiros de yoga, estancias centradas en el mindfulness, viajes de naturaleza con enfoque terapéutico o aventuras diseñadas para reconectar cuerpo y mente forman parte de una demanda en claro crecimiento. El viaje se entiende como una herramienta para reducir el estrés, mejorar la salud emocional y adquirir hábitos que se prolongan más allá de las vacaciones.
Este tipo de experiencias ya no se conciben como un lujo puntual, sino como una inversión personal. La elección del destino, el alojamiento y las actividades responden a criterios de calma, equilibrio y cuidado, con una clara preferencia por entornos naturales y ritmos poco exigentes.
Alojamientos que forman parte de la experiencia.

El alojamiento deja de ser un simple lugar donde dormir para convertirse en un elemento central del viaje. Refugios de montaña integrados en el paisaje, grandes tiendas de campaña con diseño contemporáneo, cúpulas acristaladas para observar el cielo o yurtas en enclaves remotos forman parte de una oferta cada vez más amplia.
Esta tendencia está impulsada, en parte, por la visibilidad que ofrecen las redes sociales, pero también por una demanda real de espacios con identidad propia. El viajero busca alojamientos que dialogen con el entorno, que aporten una experiencia sensorial y que refuercen la sensación de estar en un lugar único.
Vacaciones multigeneracionales y viajes en familia ampliada
Las vacaciones multigeneracionales continúan creciendo con fuerza. Abuelos, padres e hijos comparten cada vez más viajes diseñados a medida para cubrir necesidades muy distintas dentro de un mismo grupo. Según datos de Evaneos, la demanda de este tipo de viajes ha aumentado un 30 % y seguirá creciendo en 2026.
Estos viajes permiten repartir responsabilidades, adaptar actividades a diferentes edades y generar espacios de convivencia que en la vida cotidiana resultan difíciles de encontrar. El diseño del itinerario se vuelve más flexible y equilibrado, combinando momentos compartidos con otros más específicos para cada generación.
Slow travel y estancias más largas

El slow travel se afianza como una forma de viajar cada vez más habitual. Estancias más largas, menos cambios de alojamiento y una mayor implicación con la vida local caracterizan esta manera de recorrer un destino. Factores como el teletrabajo, las estancias híbridas entre ocio y trabajo y una mayor conciencia ambiental influyen directamente en esta elección.
Viajar despacio permite comprender mejor los lugares, reducir el impacto ambiental y establecer una relación menos superficial con el entorno. El tiempo se convierte en un recurso clave, no en un obstáculo.
Sostenibilidad como criterio real de elección
La sostenibilidad deja de ocupar un lugar meramente discursivo y pasa a formar parte de las decisiones concretas del viajero. Crece el interés por experiencias locales, transportes con menores emisiones, alojamientos comprometidos con el entorno y propuestas que benefician directamente a las comunidades anfitrionas.
Según una encuesta de Evaneos, casi la mitad de las familias afirma tener en cuenta criterios medioambientales a la hora de planificar sus viajes. Esta sensibilidad se traduce en estancias más largas, ritmos menos intensos y una mayor valoración de lo cercano y lo auténtico.
«El viaje siempre ha sido una actividad de descubrimiento y conocimiento, y en los últimos tiempos vemos que, aunque ese carácter se mantiene, también se profundiza: el descubrimiento personal y el conocimiento no solo de lugares, sino de personas y formas de vida. Esto se combina con la sostenibilidad y el respeto por los entornos para configurar la nueva industria turística», explica Aurélie Sandler, coCEO de Evaneos.




