Mi primo Ahmad tenía nueve años cuando sufrió una grave lesión en la cabeza en Gaza. Hace un año, un misil alcanzó la casa contigua a la nuestra en Nuseirat. La explosión fue tan violenta que empujó a Ahmad por las escaleras del tercer piso de nuestro edificio. Cayó gravemente de cabeza, destrozándose el cráneo.
Lo llevamos al Hospital de los Mártires de Al-Aqsa, donde los médicos lucharon por su vida. Hubo momentos en los que el monitor cardíaco apenas registraba un latido. Todos pensábamos que lo habíamos perdido para siempre, pero Ahmad, con la terquedad que lo caracterizaba, desafió a la muerte misma.
Sobrevivió. Dos días después, lo trasladaron al Hospital Europeo, donde los médicos lo operaron para detener el sangrado en su cerebro y le extirparon aproximadamente un tercio del cráneo para reducir la presión. Pasó dos semanas en la unidad de cuidados intensivos con oxígeno y ventilación mecánica. Perdió la capacidad de hablar y quedó paralizado del lado izquierdo. Su nervio ocular también resultó dañado por el traumatismo craneoencefálico y corre el riesgo de perder la vista.
Cuando recuperó el conocimiento, lo mantuvieron en el hospital durante varias semanas más antes de ser trasladado a un hospital gestionado por la Media Luna Roja, donde recibió fisioterapia durante un mes y medio. El plan era estabilizarlo durante varios meses más antes de realizarle una cirugía para insertar un hueso artificial que cubra su cerebro.
Pero en uno de los últimos días de Ahmad en el hospital, el ejército israelí bombardeó tan cerca de las instalaciones que la metralla y los escombros alcanzaron el edificio. Grandes escombros cayeron a sólo unos centímetros de la cabeza de Ahmad en la habitación en la que se encontraba. Esto aterrorizó a su familia y a los médicos. Decidieron que era demasiado peligroso para él permanecer sin un hueso del cráneo en tales condiciones, por lo que lo trasladaron nuevamente al Hospital Europeo para ser operado.
Se implantó un hueso sintético para reconstruir la parte faltante del cráneo de Ahmad. Permaneció en el hospital durante dos semanas después de la cirugía antes de ser dado de alta. Se suponía que debía seguir una dieta rica en nutrientes para recuperarse, pero pronto la hambruna azotó Gaza.
Su familia no pudo comprar leche, huevos ni ningún otro alimento rico en nutrientes para ayudar a Ahmad a sanar. Algunos días, mi tía Iman, la madre de Ahmad, no podía encontrar ni un kilo de harina. La desnutrición afectó su recuperación. El hueso artificial de su cráneo comenzó a colapsar. Si uno presionara suavemente el área blanda de su cabeza, sus dedos se hundirían casi 2 cm (tres cuartos de pulgada).
Hoy, Ahmad vive una pesadilla: una grave lesión en la cabeza, una hemorragia cerebral, un ojo dañado y la mitad de su cuerpo paralizado. Necesita urgentemente una cirugía reconstructiva del cráneo, cirugía ocular y fisioterapia intensiva y continua.
A pesar de todo, su madre ha intentado mantenerlo integrado para que no caiga en la desesperación. Hace unas semanas, lo inscribió en una escuela de campaña para que no se quedara atrás de sus compañeros. Todos los días lo llevaba allí con una libreta y un bolígrafo. Pero cuando regresaban a su tienda y sacaban el cuaderno, las páginas siempre estaban en blanco.
Finalmente, mi tía fue a hablar con sus profesores sobre esto. Le dijeron que no puede escribir durante más de dos minutos antes de que el dolor de cabeza se vuelva insoportable. Lloraba, tiraba el bolígrafo y apoyaba la cabeza en la mesa.
Su madre intentó enseñarle en casa, pero debe dormir una hora antes de estudiar y media hora después, y aun así le cuesta absorber la información.
Ahmad es uno de los 15.600 palestinos enfermos o heridos que necesitan tratamiento urgente fuera de Gaza. Desde octubre de 2023, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha evacuado a más de 7.600 pacientes de la Franja de Gaza, dos tercios de ellos niños. Pero en los últimos meses, esas evacuaciones se han reducido a un mínimo.
Después de que comenzara el último alto el fuego el 10 de octubre, la primera evacuación médica se produjo dos semanas después e incluyó sólo a 41 pacientes y 145 acompañantes.
El cruce de Rafah con Egipto permanece cerrado. Israel ahora permite evacuaciones médicas sólo a través del cruce de Karem Abu Salem en cantidades pequeñas e impredecibles. Israel controla quién figura en la lista de evacuación y quién obtiene la aprobación para salir. El proceso es dolorosamente lento. Al ritmo actual, se necesitarían años para evacuar a todos. Muchos no lo lograrán.
Pero Israel no es la única barrera. Incluso cuando los pacientes obtienen la aprobación, eso no significa que se irán. Todavía necesitan financiación para pagar las facturas del hospital y un gobierno extranjero dispuesto a concederles visas.
Si bien los hospitales locales recomiendan las evacuaciones médicas, el proceso en sí lo gestiona la Organización Mundial de la Salud, que está tratando de presionar a los gobiernos extranjeros para que cubran las evacuaciones, pero la lista es demasiado larga y pocos países están dispuestos a aceptar pacientes de Gaza. En muchos casos urgentes, las familias no pueden esperar e intentan conseguir financiación o ponerse en contacto con hospitales extranjeros.
La gente espera. Pasan los días, los meses. Las condiciones de los pacientes empeoran. Algunos fallecen esperando.
Inicialmente, Ahmad fue clasificado como “no una prioridad” porque fue sometido a su primera cirugía. Pero el hambre empeoró su condición. Después de repetidos intentos por parte de los médicos locales de demostrar que Ahmad merecía la evacuación, finalmente obtuvo la aprobación. Su familia sintió una alegría que no habían sentido en meses.
Pero luego vino el shock.
Se les dijo que eran responsables de conseguir el tratamiento ellos mismos, y la financiación necesaria para el tratamiento de Ahmad en un hospital en el extranjero era inasequible para una familia desplazada que vivía en una tienda de campaña. Sus padres, un maestro y un catedrático, trabajan, pero no reciben salarios regulares. Todavía pagan al banco cuotas mensuales por la hipoteca de su casa, que fue bombardeada hasta dejarla en ruinas. Sus escasos ingresos apenas cubren la vida en una tienda de campaña.
Pero no se han rendido. El hermano de Ahmad, Yousef, contacta periódicamente con hospitales en el extranjero para intentar encontrar uno que se haga cargo de su tratamiento. Su padre, Hassan, escribe a sus contactos en el extranjero con la esperanza de encontrar a alguien que pueda ayudarle.
Siguen luchando, pero el estado de Ahmad está empeorando. Ahora ha empezado a olvidar los nombres de los miembros de su familia.
Muchos niños como Ahmad languidecen en Gaza, esperando ser evacuados. Israel, como ocupante, tiene la principal responsabilidad. Pero ¿qué está haciendo el mundo para salvar a estos niños?
Los gobiernos ricos que financiaron y apoyaron el genocidio han mirado hacia otro lado. O aceptan algunos casos o ninguno. Su negativa a actuar, a reconocer el sufrimiento de los niños palestinos y a aceptar su humanidad es otra señal más de su bancarrota moral.
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