
Una sin la otra puede llevar a desequilibrios, pero juntas construyen un rendimiento más completo, saludable y sostenible a largo plazo.
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En el mundo del entrenamiento físico, hay dos conceptos que suelen enfrentarse como si fueran rivales: la resistencia y la velocidad. Ambos son pilares del rendimiento deportivo y de la condición física general, pero priorizar uno sobre el otro puede tener consecuencias distintas según el objetivo, el tipo de cuerpo y la forma en que se entrene.
Algunos corredores apuestan por mantenerse firmes en la larga distancia, mientras que otros buscan la explosividad del arranque rápido. Sin embargo, entienda qué ocurre en el cuerpo al centrado más en una de estas cualidades puede marcar la diferencia entre un progreso equilibrado y una posible lesión.
Entrenar la velocidad mejora la potencia y la capacidad de reacción, pero también exige una carga intensa que puede sobrepasar los límites musculares si no se equilibra con el descanso adecuado. La resistencia, en cambio, fortalece tanto el sistema cardiovascular como el mental, aunque puede llevar al cuerpo a un estado de sobreentrenamiento si se mantiene sin variaciones.
En la práctica, muchos deportistas descubren que se centran únicamente en una de estas dos capacidades físicas que terminan afectando su rendimiento global, incluso cuando sienten que están progresando.
Daniel Suárez, entrenador de atletismo y especialista en fisiología del ejercicio de la Universidad Nacional, explica que la velocidad y la resistencia no son opuestas, sino complementarias. «El error más común es pensar que entrenar velocidad significa dejar de lado la resistencia, o que enfocarse en la resistencia implica renunciar a la potencia. En realidad, ambas capacidades se potencian si se entrenan de manera planificada», afirma.
Además hace énfasis en que, al mejorar la resistencia, el cuerpo se adapta mejor al esfuerzo sostenido y al consumo eficiente de oxígeno, mientras que el trabajo de velocidad optimiza la eficiencia neuromuscular y la capacidad del cuerpo para reclutar fibras. músculos rápidos.
Para entenderlo de una forma más sencilla, Suárez lo compara con el funcionamiento de un motor. «La resistencia sería la autonomía del combustible y la velocidad, la potencia del motor. Si solo tienes potencia pero poca autonomía, no llegarás lejos; y si tienes autonomía pero el motor no responde, no habrá impulso», dice. De ahí que los entrenamientos modernos tiendan a integrar ambas capacidades en lugar de separarlas.
La doctora Laura Meneses, fisioterapeuta deportiva y especialista en prevención de lesiones del Real Cundinamarca FC, explica que el tipo de estímulo que se repite con mayor frecuencia determina el patrón muscular dominante.
“Cuando alguien entrena principalmente velocidad, los músculos se acostumbran a contracciones intensas y rápidas, pero suelen ser más propensos a la rigidez ya los desgarros si no se compensan con ejercicios de flexibilidad y trabajo de fondo. tienden a desarrollar mayor estabilidad y control, pero con el tiempo pueden perder capacidad de reacción o sufrir sobrecargas por uso repetitivo”.
Meneses resalta que el cuerpo humano siempre busca el equilibrio, y que cualquier exceso tiene un costo.
«Un corredor que solo hace trabajo de velocidad puede mejorar sus tiempos, pero también aumenta su riesgo de tendinitis o lesiones en los isquiotibiales. En cambio, alguien que solo entrena resistencia puede sentirse fuerte, pero terminar con fatiga crónica o incluso anemia deportiva». si no maneja bien su recuperación”.
En ese sentido, la clave no está en elegir entre velocidad o resistencia, sino en comprender en qué momento y con qué propósito se entrena cada una.
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En deportes como el atletismo de fondo, el ciclismo o la natación, la resistencia es fundamental. En cambio, en disciplinas explosivas como el fútbol o el sprint, la velocidad domina. Pero incluso en estos casos, los entrenadores suelen incorporar sesiones mixtas.
«Los futbolistas hacen trabajos de fondo porque un partido no se gana solo con arranques rápidos. Se necesita sostener el ritmo durante más de noventa minutos. Y los corredores de maratón, aunque su objetivo es la distancia, hacen repeticiones de velocidad para mejorar su economía de carrera”, comenta Suárez.
Otro punto clave está en la salud cardiovascular y metabólica. Los entrenamientos de resistencia, al mantener el esfuerzo durante más tiempo, mejoran la circulación, reducen la presión arterial y ayudan a controlar el peso corporal. Por su parte, los ejercicios de velocidad, al ser de alta intensidad, elevan el gasto energético incluso después del entrenamiento, lo que acelera el metabolismo.
Meneses aclara que «ambos tipos de ejercicio son saludables, pero el impacto fisiológico es distinto. La resistencia entrena la paciencia del cuerpo; la velocidad, su capacidad de adaptación inmediata».
No obstante, el especialista advierte que la velocidad mal ejecutada es la que más lesiones provocan:
«Muchos atletas aficionados intentan imitar entrenamientos de élite sin una preparación adecuada. Saltan fases de fortalecimiento o técnica, y ahí es donde vienen los desgarros, los tirones o las sobrecargas articulares». Para evitarlo, se recomienda progresar de forma gradual y no entrenar con velocidad con fatiga acumulada, ya que el cuerpo pierde coordinación y la técnica se deteriora.
Desde el punto de vista psicológico, la resistencia también aporta beneficios importantes. Las actividades prolongadas, como correr o nadar durante más de media hora, favorecen la liberación de endorfinas y mejoran la concentración. La velocidad, en cambio, estimula la adrenalina y refuerza la confianza en los movimientos.
“Ambas entrenan la mente, solo que de formas distintas: la resistencia enseña a sostener el esfuerzo; la velocidad, a reaccionar y adaptarse rápido”, dice Suárez.
El equilibrio, concluyen los expertos, no es un punto fijo, sino una combinación dinámica. Alternar entre trabajos de fondo y sesiones de velocidad para mejorar la salud, la fuerza y la capacidad de recuperación. Los entrenamientos por intervalos —que mezclan fases cortas e intensas con momentos de menor esfuerzo— son un ejemplo de cómo unir ambas capacidades. “No se trata de elegir entre correr largo o correr rápido, sino de aprender a hacerlo en armonía”, afirma Meneses.
Así, la pregunta no debería ser cuál de las dos es mejor, sino cómo lograr que ambos trabajen a favor del cuerpo y no en su contra. La resistencia ofrece la base; la velocidad, el impulso. Una sin la otra puede llevar a desequilibrios, pero juntas construyen un rendimiento más completo, saludable y sostenible a largo plazo.
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