
Tengo para mí que frente a los tiempos actuales, en que renace la doctrina Monroe, su altiva voz, que nos dio lecciones de civismo, es valedera porque “ha pasado definitivamente el oscuro período histórico en que los pueblos hispanoamericanos entregaban sus islas, sus posiciones estratégicas y sus vías interoceánicas, que el pueblo ecuatoriano no admite, ni podrá admitir jamás la cesión o entrega del archipiélago a una potencia extranjera, ni en forma franca, ni bajo el imperio de ninguna ficción diplomática…”.
Me corresponde resaltar su paso por el rectorado de mi alma mater. Impulsó en el Salón Azul la Escuela de Relaciones Internacionales, designando a maestros de la talla de Jorge Pérez Concha y Jorge Washington Villacrés Moscoso, cuyos aportes bibliográficos sobre la historia diplomática y jurídica de la patria son insuperables. Inauguró el mural del paraninfo de la vieja Casona, obra del maestro Oswaldo Guayasamín, como homenaje a la gloria de Bolívar. Y para comprender el alma de Hispanoamérica, los universitarios cantábamos en congresos de institutos y escuelas de América Latina y del Caribe el himno, cuya letra y música es de su autoría: “Llegó el momento sagrado de la unión… Para vivir, hay que ser fuertes… Para vivir, hay que luchar. Unión o muerte. Es nuestro grito triunfal…”.
Antonio Parra Velasco, catedrático de Derecho Internacional Público de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Guayaquil, sirvió como delegado a la VII Conferencia Panamericana, realizada en 1933 en Montevideo, proclamando la Doctrina de la Solidaridad Obligada de los Estados Hispanoamericanos, enunciando que “se encuentran de hecho, ligados entre sí, en forma natural por un vínculo jurídico de contenido espiritual, racial, cultural, moral, histórico y social, independiente de todo factor volitivo, que les impone una solidaridad de carácter obligatorio que se traduce en el campo internacional, en derechos y deberes especiales…”.
Nació el 17 de diciembre de 1900, rindió leal culto al Libertador a lo largo de sus 94 años de existencia.
Van estas líneas de esperanza para rescatar su imagen, su huella y su legado como maestro universitario, canciller de la República del Ecuador, embajador en Londres, París y Caracas, para orientar con su ejemplo a quienes equivocadamente creen que la historia solo se debate entre la corrupción a mansalva y la ignorancia de gobernantes, políticos y el crimen internacional organizado.
Fue profesor de mi padre, quien lo admiró con entrañable afecto, juntos compartieron en 1947 el honor de formar parte de un gabinete de unidad nacional, en la administración del presidente Carlos Julio Arosemena Tola, donde todo el Ecuador se enorgullecía con la jerarquía y el señorío del canciller Parra Velasco, con la honestidad de Ruperto Alarcón Falconí, hombre de duras convicciones conservadoras, la gestión del jurista José Miguel García Moreno, para dirigir con energía la educación nacional, el ilustre médico Juan Tanca Marengo, cuyo patriotismo y ecuanimidad nos hacen falta en nuestros días.
Séame permitido sintetizar con la copla clásica de Jorge Manrique: “Y aunque la vida murió, nos dejó harto consuelo su memoria…”. (O)




