
Moisés Naím definió los mayores varones de la política actual con tres palabras: polarización, populismo y posverdad. Estos tres fenómenos se exacerban producto del nuevo paradigma de nuestra era: el algoritmo. Las redes sociales, al estar diseñadas sobre una lógica de consumo que perfila a cada usuario de manera individual, con sus necesidades e intereses particulares, provocan que las diversas formas en las que se ve el mundo se siguen subdividiendo y atomizando.
El problema con ello es que el propósito final de una sociedad es la cohesión. Y para ello se necesitan más bien corrientes que integren y estandaricen paradigmas masivos de convivencia y generen un equilibrio entre la singularidad y la pluralidad. Una sociedad fragmentada que pone por delante los intereses individuales colisiona con el sistema social en su conjunto, lo que provocaría su propio derrumbe. Seguir por ese camino es volver al caos anterior a nuestra civilización, al “todos contra todos”.
¿Cómo contrarrestar entonces la polarización extrema que emerge con mayor fuerza en períodos electorales? Una respuesta posible es romper el algoritmo, tanto en su dimensión ideológica como tecnológica.
En el plano ideológico, el algoritmo refuerza sesgos cognitivos al ofrecernos solo ideas compatibles con nuestras creencias, reproduciendo el ya gastado eje izquierda-derecha. Este antagonismo, cada vez más ambiguo, caótico y desgastado, ha derivado en múltiples posturas radicales que se confunden en el espectro político. De ahí que haya narrativas que, siendo de derecha o de izquierda, puedan hasta coincidir y superponerse –lo hemos visto en el actual Congreso–. Se trata, pues, de un antagonismo venido a menos que ha probado ser no solo improductivo, sino hasta completamente inútil.
Si desplazamos ese eje de la matriz de Nolan, descubrimos un escenario más realista: el debate entre conservadurismo y liberalismo, tanto en espacios populares o mainstream como de élite. En el Perú actual, este eje se expresa en múltiples dimensiones: entre un establishment que concentra poder y reproduce la precariedad, la informalidad y la ilegalidad, y un anti-sistema que desafía ese orden y que defiende la formalidad y el Estado de derecho. En ese sentido, dentro de esta coyuntura electoral, será usted, amable lector, quien, con su voto, elija a qué lado ubicarse.
En el plano tecnológico, romper el algoritmo implica salir del frame en el que nos encierran las pantallas de determinadas redes sociales. La estructura de niveles en los que nos marcan las redes sociales se sostiene, principalmente, en metatextos o metanarrativas. Si TikTok, Instagram o X (antes Twitter) nos encierran en burbujas informativas y cámaras de eco que refuerzan nuestros sesgos de confirmación y donde la coincidencia sustituye a la reflexión, la cuestión está en utilizar redes sociales o herramientas que lo hagan salir a uno de esos marcos.
Hay plataformas que pueden romper esa cuarta pared digital: WhatsApp, por ejemplo, al conectar personas de diferentes entornos, puede abrir pequeñas grietas en esos muros de información. Aunque no está exenta de sesgos, su lógica interpersonal permite un contacto más directo con la diferencia, tanto desde el enfoque de los usuarios como de las estrategias de campaña electoral.
Claro está: ningún algoritmo se rompe del todo desde una pantalla. Lo verdaderamente transformador ocurre afuera, en el territorio, en el encuentro cara a cara donde la política vuelve a ser diálogo. En última instancia, los actos políticos offline siguen siendo los únicos capaces de romper de verdad las paredes digitales.
En ese sentido, romper el algoritmo puede constituirse como el punto de ignición, driver de movilización social o cambio de comportamiento que pueda contrarrestar de alguna manera la polarización, el populismo y la posverdad que amenazan nuestra estructura social. Y es bastante evidente: los grandes cambios, en medio de una sociedad tan atomizada como en la que vivimos, van a tener que nacer de pequeños actos de conciencia individual.




