En uno de los fragmentos de su inabarcable Libro del desasosiegoPessoa reflexiona sobre el aire de superioridad con el que los hombres «cotidianos, realistas y ocupados» miran a los soñadores. Confiesa que esa era una superioridad que al principio le irritaba, aunque a veces pudiera ver que escondía algo de cariño. Un cariño, no obstante, condescendiente, como “con el que se trata a un niño, alguien ajeno a la seguridad y las exactitudes de la vida”.
En su constante observación, el escritor portugués va notando que esa superioridad a menudo esconde también una vacilación. Como si al adulto displicente, bruto o ilustrado, que mira al soñador con desdén, le asaltara a veces la duda y pudiera reconocer «en la simpleza del niño, una agudeza de espíritu superior a la propia».
En todo caso, Pessoa concluye que, en realidad, es el soñador el que debería mirar con superioridad al resto. No tanto porque valga más, sea mejor o porque su actitud soñadora sea una cualidad moral que lo eleva sobre los demás, sino porque, para Pessoa, soñar es mucho más práctico que vivir. Porque el soñador encuentra y extrae muchos más placeres de la vida. Porque, «en mejores y más directos términos, el soñador es el verdadero hombre de acción».
Se vale soñar.
En estos tiempos oscuros y convulsos, en estos momentos de cambios, no solo de año sino de época, de sacudidas tectónicas en nuestras sociedades, de tragedias insondables que transcurren a la vez que giran sin parar los carruseles del entretenimiento sin fin (a los que pareciera que la humanidad entera hace cola para subirse), que brillan y deslumbran con purpurina y guirnaldas, apenas salpicados por el barro en el que se ha convertido la retórica política y las discusiones sobre «la cosa pública», que decían los romanos, y el bien común… En estos tiempos, decía, se vale soñar.
Y, en realidad, soñar se convierte en una actitud de resistencia, en un recurso para no claudicar ante el pesimismo, el cinismo o la resignación.
«Tengo un sueño», dijo Martin Luther King Jr. en uno de los discursos más famosos de la historia, soñando con un país sin discriminación racial. Contagiando su sueño a multitudes, inspirando acciones y provocando cambios. Soñando con lo que entonces parecía imposible.
Porque si Calderón de la Barca tenía razón y toda la vida es sueño, soñar debe ser entonces la mejor manera de vivir.




