El cambio de Linux a Windows 11 puede parecer un salto lógico dados los avances de esta última versión de Microsoft. A priori, la mayor compatibilidad de software, el mejor soporte para juegos y una interfaz «más intuitiva» son motivos más que de sobra para probar suerte en el último producto de Redmond… pero no he tardado en arrepentirme.
La realidad, sin embargo, dista de los pensamientos más utópicos. Meses después descubrió que, por el precio de la compatibilidad, perdió en control, privacidad e, irónicamente, estabilidad. Y el problema no es que Windows se pueda considerar un producto «malo» (para nada). El problema lo encontramos en que una vez que nos acostumbramos al sistema de Linux, parece que llegar a Windows es volver al pasado.
Después de una ganancia de control en Linux, Windows parece que te quiere llevar de la mano por un único carril. Algo que se vuelve insoportable tras la estabilidad y potencia real de Linux. Así que vamos a deciros las 4 principales razones por las que nos hemos arrepentido de volver a Windows, y por las que pronto volveremos a una distro de Linux.
Telemetría invasiva de Windows
Windows se encarga de activar y pasivamente recopilar datos sobre nuestra actividad, búsquedas, aplicaciones y patrones de uso. Algo que en Linux jamás se ha utilizado ni tolerado. Dado que Windows es un sistema comercial, del que se pretende obtener un beneficio, y esto no ocurre en las distros de Linux, parece una barrera insalvable.

En Windows, Microsoft ejecuta servicios cuya finalidad real, a pesar de ser opaca, no es otra que la de vendernos productos propios. Y para desactivar la telemetría, se requiere editar el registro, desinstalar aplicaciones preinstaladas y encontrar las configuraciones más ocultas del sistema operativo. E incluso así, nadie te garantiza que Microsoft instale nuevas actualizaciones que conlleven nuevas maneras de «espiarte». Algo que nunca ocurrirá -o ha ocurrido hasta el momento- en Linux.
Actualizaciones impredecibles
Linux nos avisa de las actualizaciones, esperan nuestra confirmación y nos deja elegir cuándo reiniciar, o si quieres instalarlas. Windows nos anuncia una actualización, y en caso de no estar atento, instala dicha actualización a la hora de apagar nuestra PC, oa horas intempestivas de la madrugada.

Los usuarios que migran desde Debian o Ubuntu están totalmente en conflicto con este tipo de prácticas: un SO que prioriza el calendario de Microsoft sobre las posibilidades del usuario
Bloatware y aplicaciones forzadas
Windows 11 viene realmente cargado de aplicaciones que no todo el mundo ejecutará de buena gana: Microsoft Edge, juegos que no gustan, Copilot, OneDrive, Teams…

Intentar limpiar el sistema de este tipo de programas implica editar el registro, usar PowerShell o incluso el uso de herramientas de terceros para ello. Y si limpiando el registro, se da un error fatal en el equipo, deberemos reinstalar el sistema operativo como medida de urgencia. Sin embargo, en Linux comienza exactamente con lo que necesitamos de manera básica. Nada de tirarnos horas eliminando software innecesario para satisfacer las necesidades comerciales de un gigante tecnológico.
No eres el verdadero dueño de tu PC
Linux te ofrece el 100% del control de tu propia PC. Pero en Windows, parece que somos más bien inquilinos. De hecho, no podemos desmontar el kernel de seguridad, no podemos auditar los procesos importantes con total transparencia, o no podemos personalizar realmente el PC sin tropezar con limitaciones artificiales.
Por ello, los usuarios más técnicos que provienen de Linux descubren esta realidad y expresan su frustración. Funciones tan básicas en Linux como cambiar el gestor de arranque, modificar el comportamiento de las ventanas o ajustar servicios requieren muchos permisos y rodeos en Windows. O directamente no son posibles sin romper el soporte oficial.
En definitiva: la permanente sensación de pasar de un entorno donde el sistema se adapta a ti, a otro donde eres tú quien debe adaptarse a las políticas comerciales de Microsoft.




