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Lo repito como un mantra desde que cruzó la frontera.
Me lo repito en los refugios y cuando, agotado, asisto a las obras de teatro.
Me lo repito porque ese acto de elección, ese privilegio de decidir viajar a un país en guerra, define este relato sobre cómo me dejó transformar durante mis 12 días en Ucrania.
He elegido estar aquí porque soy un dramaturgo con pasaporte europeo que fue jurado internacional del festival GRA, los premios nacionales de teatro de Ucrania.
primer acto
Fronteras
24 horas de viaje: avión Barcelona-Cracovia, tren Cracovia-Przemysl (frontera Europa-guerra), espera de tres horas bajo una nevada infame, sin cobijo, para coger el último tramo a Lviv.
En ese limbo entre países, temblando en la helada Polonia, llega mi primer aprendizaje: las fronteras son violencia sistémica, una línea trazada para recordarnos que dejar atrás una parte del mundo cuesta, y mucho.
Mirando por la ventana del último tramo, recuerdo que me dirijo a la tierra de mis ancestros; una tierra llamada Polonia-Bielorrusia-Lituania-Ucrania, que cambiaba de amo cada año.
Chelm es otro límite ucraniano-polaco donde mi tía abuela Ilse fue asesinada en un hospital psiquiátrico del programa nazi Aktion T4. Chelm es por donde saldré de Ucrania. Pero ahora debo entrar para visitarla como turista cultural, en una guerra que aún mata, para salir más vivo que nunca de ese pueblo que en mí connota muerte. La ironía duele, pero también sonríe.
segundo acto
Leópolis
Una ciudad que vive como si no existiera la guerra, excepto por los militares mutilados en el pasillo del hotel, el toque de queda y los “slava Ukraini-heroam slava” (gloria a Ucrania, gloria a los héroes) al acabar cada actuación. Lviv, al igual que Barcelona, rebosa de gente joven, los bares son cool como en Berlín, y las chocolaterías tan exquisitas como en Viena.
La primera obra que vemos es una ópera-rock sobre Volodymyr Ivasiuk, compositor ucraniano de los años setenta. Durante los aplausos, el público corea su famosa canción Chervona Ruta como acto de resignificación y resistencia. Luego, minuto de silencio por los soldados que luchan en el frente y que, con su trabajo, permiten que ellos hagan el suyo.
tercer acto
Kyiv
Cogemos el tren nocturno hacia Kiev: un recorrido en el que suenan constantemente las alarmas… Pero el tren sigue su marcha y llegamos a la capital.
Las contradicciones son constantes: obras con elencos completamente masculinos para evitar que vayan al frente, espectáculos sobre secuestrados niños en territorios ocupados y dados en adopción en Rusia, reflexiones sobre el papel de la mujer en el ejército (voluntarias, pero olvidadas).
En este maremágnum teatral, disfrutamos del espectáculo de Opera Aperta en quince lenguas diferentes, algunas muertas como el yiddish y el ladino. Luego se reunirán al jurado para cenar con los actores y directores. El jurado es variopinto. Lo forman profesionales llegados de Finlandia, Francia, Canadá y Austria, con Milo Rau como invitado especial. Entre comida georgiana e infinitos brindis, nos regalan un bonus track. Esta vez, en tártaro.
Silencio y miradas cómplices.
Babilonia resucita: La República de los Artistas, diversa y pacifista, donde todos somos sujetos y nadie es olvidado u objetivado por pena, está más viva que nunca, aquí, en esta ciudad en guerra.
cuarto acto
sirenas y refugios
Los ataques son constantes. Durante el día, me tiro de un taxi en marcha para refugiarme en el metro. Luego, en mitad de un Otelo, nos refugiamos 30 minutos en un estacionamiento hasta que, pasado el peligro, se reanuda la obra. Por la noche sufrimos el peor ataque de la guerra: 600 drones y 50 misiles.
Las paredes vibran con las explosiones mientras los miembros del jurado deliberamos con una botella de vodka que nos ha costado 75 grivnas (1,5 euros). Somos unos privilegiados: estamos calientes, con luz y bajo tierra, mientras la ciudad sufre a oscuras.
La resistencia cultural ucraniana no es épica, sino contradictoria, dinámica y ecléctica. Todo ello se refleja en una artillería de reflexiones potentes y diversas en cuanto a género, temáticas, estilos, discursos y resignificaciones. Todo parece urgente y retuerce nuestro pensamiento occidental; nos estalla en la cara y nos obliga a cuestionarnos.
La noche acaba con el fin de la alerta. Podemos salir del refugio, pero yo me espero y escribo. Documento lo vivido. Son solo preguntas. No hay certezas.
quinto acto
Fotos, vino y uñas.
Kyiv es preciosa. La catedral de Santa Sofía es deslumbrante. Entramos con algunas compañeras en un piano bar donde están tocando Les Champs-Elysées y pedimos un brunch tras una noche en vela. Después, en otro local, pedimos un vino y observamos a una pareja haciendo fotos de boda en la semioscuridad porque no hay luz ¿Llegarán a casarse?
Después de las dos funciones teatrales del día, durante la cena, Yulia, nuestra coordinadora, explica cómo los salones de uñas se han multiplicado por todos los barrios, convirtiéndose en símbolos de resiliencia: establecimientos con ruidosos generadores, pero que ofrecen luz, colores y música de comedias románticas; espacios donde tomar café mientras se elige un color caliente para mantener la dignidad y decidir, al menos, algo tan banal como el futuro de las propias uñas.
“Si vas a morir en el váter porque un dron cae en tu casa, que sea con la manicura a punto”, dice Yulia como si fuese el prólogo de un nuevo capítulo de A dos metros bajo tierra. Y automáticamente recuerdo lo que significaba un peine en los campos de concentración de Primo Levi.
Epílogo
Como jurado, pedimos explicar el porqué de cada galardón. Queremos transmitir que estamos con ellos como colegas profesionales del teatro; apoyando y compartiendo vivencias, pero también resistiendo con nuestra presencia y respetándolos por quienes son.
¿Cómo lograré plasmar todo lo vivido en 6.400 caracteres?
Supongo que eligiendo qué enfocar instantáneas.
«Sin esperanza, no hay futuro y se cae en la apatía. Y sin empatía, no hay humanidad posible», dijo Jane Goodall en su última entrevista. Y como acto psicomágico, sale al rescate el mensaje de un amigo: «Vivir bajo las bombas, bajo la amenaza constante, sirve para conectar con lo mejor de la humanidad. La crueldad de los Estados queda tan expuesto que surge una solidaridad sin dobleces. El precio es altísimo. Puedes morir. Y mientras vives, sufres».
PD: Tradición obliga y quiero regalaros un bonus track: La Maza, interpretada por Mercedes Sosa y Shakira. “Si no creyera…”.




