La democracia liberal parecía eterna, la globalización venturosa y la tecnología infalible. Veinticinco años después, el tercer milenio se desajusta. El filósofo Jorge Freire abre el diagnostico con una sospecha frontal. «Hay ideas que parecen muy innovadoras, pero son adaptaciones, simples traducciones». En esa … genealogía de las promesas recicladas, destaca el transhumanismo, el altruismo eficaz de Will MacAskill o la ética a largo plazo de Nick Bostrom. «Parten de intenciones nobles -la preocupación climática, la gobernanza global-, pero se concretan de forma vaga y tramposa. Es el utilitarismo de siempre, revestido de filantropía».
Para el antropólogo y ensayista Carlos Granés, el siglo XXI no ha inventado tanto como ha recombinado ideas previas. «Un libro fundamental fue 'La razón populista', de Ernesto Laclau (2005). Ese libro rescata a Carl Schmitt y lo mezcla con la posmodernidad». En ese punto se produce un giro decisivo. «Frente al optimismo liberal de los noventa -cuando autores como Richard Rorty creían posible prescindir de la verdad en nombre de la solidaridad-, Laclau introduce una lógica antagonista. La política se construye como un 'nosotros' que solo se consolida frente a un 'ellos'. El pueblo deja de ser una realidad social para convertirse en una operación narrativa».
La (post)verdad
La crisis del siglo es también epistemológica. ¿Qué significa la verdad en un mundo donde lo real se disuelve en relatos? Freire distingue «dos posmodernismos». «Hubo un escepticismo razonable frente a los grandes relatos», asegura refiriéndose a la corriente que emerge entre 1970 y 1990 con Michel Foucault, Jacques Derrida oh Jean-François Lyotard. El problema vino después, «cuando ese escepticismo derivó en verdades dogmáticas e incontestables». El relativismo, lejos de abrir el campo, se convierte en la puerta de entrada a nuevos absolutismos: «Quienes dicen que no existe la verdad, sino 'regímenes de verdad', intentan imponer su propio dogma. Negar la verdad es una forma de eludir la rendición de cuentas».
«Quienes dicen que no existe la verdad, sino 'regímenes de verdad', intentan imponer su propio dogma. Negar la verdad es una forma de eludir la rendición de cuentas»
alejandro zaeraarquitecto y teórico formado en la ETSAM y Harvard, asegura que ya no se trata de discutir los límites del conocimiento, sino de erosionar la posibilidad de un suelo común. Freire conecta esa deriva con un deterioro del lenguaje cotidiano. «Nunca se ha leído ni escrito tanto, pero el problema no es la cantidad, sino la pérdida de significación. Decimos más cosas, pero significan menos.». El resultado es un cansancio civil profundo: «La gente no quiere más 'frames', quiere que le digan la verdad». Un regreso a lo concreto: las fronteras, las naciones, la religión y la identidad.
El desgaste epistemológico se combina con una mutación moral del pensamiento. «El wokismo no es solo una consecuencia del posmodernismo blando, sino también de un puritanismo moral que llega desde Estados Unidos e impregna las universidades europeas». Lo decisivo para Freire no es solo el contenido, sino la lógica temporal que introduce: «La idea de que un error cometido hace quince años te condena para siempre». Esa lógica se traduce en clave religiosa: «Es muy luterana: obsesión con el pecado y ausencia de redención».
Contra Occidente
Para Carlos Granés, el siglo XXI tiene un rasgo teórico: la impugnación de Occidente. El conflicto no es un accidente, sino un método. «Las lógicas populistas de estos años utilizan dos estrategias casi equivalentes», señala. «La derecha utiliza amigo-enemigo; la izquierda, opresor-oprimido». En ambos casos, la política se convierte en un tribunal moral. A ese giro se suma el retorno de una lectura civilizatoria del mundo. El 11-S marca un punto de inflexión. «Entra Huntington y el 'choque de civilizaciones'». La política deja de entenderse como gestión global y vuelve a formularse como conflicto identitario.
En paralelo, se consolida otro libro decisivo del periodo: la propuesta multipolar de Alejandro Dugin. «La tesis es volver a entender el globo en términos de civilizaciones, no de multilateralismo». Identidad, religión, etnia y civilización sustituyen a tratados y organismos supranacionales. En ese esquema, cada civilización tiene su centro y su derecho de expansión. No se trata solo de una teoría geopolítica, sino de una legitimación ideológica del conflicto. Entra en escena el decolonialismoen clave anglosajona. «'La Idea de América Latina', de Walter Mignolopopulariza el decolonialismo en el mundo anglosajón, lo radicaliza y lo expande».
«La tesis es volver a entender el globo en términos de civilizaciones, no de multilateralismo»
La tesis, resume Granés, sugiere que América Latina era una suerte de paraíso previa y que todos los varones -heteropatriarcado, esclavitud, persecuciones- llegan con Occidente. La consecuencia es una refutación total de la tradición occidental. Con el trascurso de los años, se afina el vector tecnológico. «Crece muchísimo el aceleracionismo y la 'iluminación oscura'». Autores como Curtis Yarvin o Peter Thiel imaginan un colapso deliberado de la democracia liberal. «No proponen sociedades sin clases, sino ciudades-estado tipo Singapur, administradas por CEOs. Libertad de comercio y movimiento, sí; libertad política, no». Un autoritarismo nuevo, tecnificado y distópico.
los hacedores
Ante este mapa, alejandro zaera describe el material de soporte que vuelve verosímil ese horizonte. El giro no es solo ideológico, sino infraestructural. «Más que el arquitecto, interesa el hacedor: quien produce cosas físicas, no quien solo comenta o etiqueta». El ciclo centrado en el lenguaje y la identidad colapsa cuando reaparece lo material como límite. Las plataformas tecnológicas operan como nuevas formas de poder. «Empresas como Amazonas ya anticipan comportamientos; con suficientes datos, se podría predecir el voto con alta probabilidad».
Todo ello conecta con el deterioro de la democracia liberal. «En los noventa pensábamos que era irreversible. Hoy sabemos que no». Freire lo fórmula con crudeza: «La democracia liberal es una anomalía histórica reciente y su supervivencia no está garantizada». Aquí entra la mirada económica del periodista y analista. Juan Muller. «Tenemos la sensación de que hay menos democracia, pero no sé si esa percepción está justificada». Para él, el problema no es tanto cuantitativo como cualitativo. «Es posible que haya democracias de peor calidad, pero no necesariamente más dictaduras». El gran hecho del periodo es otro: «el retorno del Estado».
Ese retorno se manifiesta en las fronteras, la inmigración, los aranceles y las cadenas de valor. La pandemia fue decisiva: «Mostró que dependeríamos de otros para mascarillas, respiradores o vacunas». La reacción fue proteccionista. «Querer producir lo esencial dentro del propio Estado». En ese contexto, China ocupa un lugar central. «Ha sido una fuente enorme de deflación global». Durante décadas, la inflación fue baja porque China producía barato. Ese equilibrio se rompe con la pandemia y la guerra de Ucrania. Müller subraya además que ha caído la idea de una China neutral. «Controla puertos, infraestructuras y actúa con una estrategia clara». La seguridad económica se convierte en coartada universal. La globalizacion no desaparece, pero muta. «Ya no es ingenua; se percibe como un proceso con ganadores y perdedores». Y eso impone una nueva lógica: «Lo que uno gana, otro lo pierde».
los feminismos
En la concepción del siglo XXI como rotonda -circuito de retornos, desprendimientos y aceleraciones-, el feminismo se despliega como un campo en tensión. En Estados Unidos, Judith mayordomoquien concibe el género como construcción discursiva, influye de manera decisiva. Frente a ese enfoque postestructural, Martha Nussbaum encarna un feminismo liberal y universalista centrado en derechos; Nancy Fraser analiza la deriva del feminismo hacia formas compatibles con el neoliberalismo; ganchos de campana propone la interseccionalidad, y Silvia Federici lo proyecta hacia una marxista.
En la concepción del siglo XXI como rotonda -circuito de retornos, desprendimientos y aceleraciones-, el feminismo se despliega como un campo en tensión
En Francia, el debate se articula en tensión con la tradición ilustrada. Élisabeth Badinter defiende un feminismo igualitario, laico y crítico del esencialismo identitario, mientras Virginia Despentes Representa un feminismo radical, cultural y provocador. Figuras como Françoise Heritier aportaron una lectura antropológica estructural de la dominación masculina, y Monique Wittig ha sido reactivada como referente del feminismo materialista radical.
En Alemania, Alicia Schwarzer ha sido una figura central del feminismo igualitario, mientras Seyla Benhabib y Rahel Jaeggi han desarrollado un feminismo democrático y crítico del capitalismo. En España, Celia Amorós y Amelia Valcárcel Representan un feminismo ilustrado, racionalista y universalista. Junto a ellas, Remedios Zafra ocupa un lugar singular: su aportación no se centra en la identidad ni en la teoría normativa, sino en la crítica del capitalismo digital, la precariedad y la autoexplotación, especialmente en la experiencia femenina. Zafra actúa como puente entre feminismo, tecnología y cultura, diagnosticando el malestar del siglo XXI desde el lenguaje, el tiempo y el cansancio.



