Navalnaya, que vive en el exilio, se ha convertido en una voz destacada de los rusos anti-Kremlin desde la repentina y misteriosa muerte de su marido en un campo de prisioneros al norte del Círculo Polar Ártico en febrero de 2024.
Incluso después de la muerte de Navalny, las autoridades rusas han seguido tomando medidas enérgicas contra los asociados del difunto político. En noviembre, un tribunal ruso designó a la Fundación Anticorrupción de Navalny como “organización terrorista”, exponiendo a cualquier persona asociada con el grupo a una posible cadena perpetua.
Navalnaya dijo que los rusos que se oponían a la invasión a gran escala de Ucrania por parte del Kremlin o al presidente del país, Vladimir Putin, “vivían con miedo”.
Sin embargo, invocando el legado de su marido, llamó a sus conciudadanos y a la gente de otros lugares a “ser resistentes, a creer en sus creencias, a creer en sus valores”.




